Por estos días, los juegos olímpicos en la Ciudad Luz atraparon la atención de la mayoría de los humanos. Y no pocos aventuraron uno que otro criterio sobre la actuación de los cubanos en París.
El desempeño de los atletas que cumplieron con su pronóstico de medallas y el de aquellos que superaron esos pronósticos, merecen todos los elogios. Igualmente cabe destacar a los que no lograron cumplir sus metas pero mostraron convicción y coraje en cada salida al escenario de las competencias. Todos gozan del reconocimiento, el respeto y el cariño de los cubanos que seguimos minuto a minuto cada hazaña deportiva. Especial homenaje merecen actuaciones como la del gigante Mijaín López, cuya colosal victoria inspira el canto ofrecido a los dioses del Olimpo.
De otra parte, comentarios más o menos exigentes, muestran pesar por el incumplimiento de los pronósticos de medallas de la delegación cubana y adelantan análisis y conjeturas.
Sobre la actuación de los atletas cubanos en París es natural que queramos saber el intríngulis de cada actuación y las condiciones en que cada uno llega a la cita deportiva. Por esa cultura que disfruta nuestro pueblo, muchos pueden discutir sobre los planes de entrenamiento, la curva de rendimiento de nuestros atletas, la falta de fogueo internacional o la presión sicológica con que asisten a los eventos.
En fin de cuentas, en Cuba el deporte es un derecho del pueblo y la práctica masiva desarrollada por la Revolución permite a muchos emitir importantes criterios.
Lo que no cabe, en ninguna de las consideraciones posibles, es desconocer el extraordinario esfuerzo de los deportistas, entrenadores y directivos, en medio de difíciles y complejas circunstancias, para clasificar un atleta y garantizarle los medios necesarios para su feliz desempeño. Es preciso tener en cuenta esas condiciones antes de esgrimir cualquier criterio sobre la participación de los cubanos en París.
Cuando se mira atrás y se realizan determinadas comparaciones, lo primero que debemos reconocer es el altísimo nivel que alcanzó el deporte revolucionario, hoy afectado por el criminal bloqueo a que somos sometidos. No cabe pensar en desconocimientos ni falta de voluntad. Las exigencias del deporte internacional crecen y ningún otro pueblo enfrenta esa brutal agresión.
Algunos aducen que siempre politizamos el deporte. No sé si lo hacen con ingenuidad u otras razones. Acaso no es una manifestación política la práctica excluyente que impera en muchos eventos deportivos, como ocurre en la propia olimpiada parisina.
La exclusión de los atletas de Rusia y Belarús, de los actuales juegos en que compiten ucranianos e israelitas, por mencionar los más connotados, son pruebas suficientes de los turbios manejos políticos con que se organizan muchos eventos.
A propósito de las medallas olímpicas alcanzadas por tres atletas cubanos en el triple salto masculino en representación de otros países, algunos pretenden mostrarlas con cierta reticencia como la incapacidad de la Revolución para obtener tales resultados. Penosa y malintencionada conclusión.
Primeramente habría que reconocer que esos talentos fueron descubiertos en Cuba. Aquí recibieron sus primeros entrenamientos y obtuvieron sus primeros triunfos deportivos. Habría que preguntarse por qué los países que ahora representan no poseen atletas naturales de iguales categoría y desempeño.
Soy de la opinión, que la meritoria actuación de los triplistas y el protagonismo de Iván Pedroso en la preparación del ganador del oro olímpico, son una prueba más de los logros de un país en Revolución. Tristemente algunos son definitivamente desarraigados de la tierra que los descubrió y formó.
Es válido destacar la actitud de los cubanos integrantes de otros equipos que muestran admiración y respeto por los atletas y el terruño donde nacieron.
No terminaré sin insistir en un concepto que sostengo hace bastante tiempo. La proliferación de ligas y equipos conformados por atletas de todas las latitudes, constituyen espectáculos con millones de seguidores en todo el mundo. Pero esos eventos no sustituyen la convocatoria de mundiales y eventos multideportivos igualmente disfrutados, donde se compite en representación de las distintas naciones. Los propios aros olímpicos sugieren regiones geográficas, tradiciones y pertenencias.
La bandera que se isa y el himno que se interpreta durante las ceremonias de premiación, constituyen historia, cultura y amor patrio hacia cada país en competencia. Eso valida la grandeza del deporte como forjador de nobleza, heroísmo y compromiso.
Al término de cada justa deportiva son necesarios el análisis y la evaluación de cada resultado. Hacerlo con profundidad y con las luces necesarias para trazar el camino hacia un nuevo ciclo olímpico requieren objetividad y compromiso. Entonces podrá apreciarse en todo su valor la participación cubana en París.
Hoy corresponde esperar la delegación cubana y tributarle nuestro cariño infinito y el reconocimiento a cada uno de los atletas que supieron poner en alto los sagrados valores de la Patria.
Ángel Rodríguez Pérez , TVYUMURÍ