La industria azucarera cubana presentaba, en las décadas finales del siglo XIX, un problema pendiente para el que no se había encontrado una solución satisfactoria. Se trataba del traslado de la caña cortada a la fábrica.
Se habían ensayado varias alternativas, como el ferrocarril portátil, pero todo fue en vano. La llegada a tiempo de la caña al moderno central, desde los cada vez más distantes cañaverales, era un dilema que afectaba el proceso productivo.
Ya habían pasado los “románticos” tiempos de la carreta tirada por bueyes, a la cual se acudía por tradición y falta de opciones. Las cada vez más eficientes fábricas de hacer azúcar no podían parar la producción y se imponía la necesidad de encontrar una solución.
Era indispensable hacer llegar la caña al ferrocarril, para que por esta vía fuera trasladada al central azucarero. Hacerlo de la forma más rápida era sinónimo de eficiencia en las condiciones productivas de aquellos años.
Estas razones influyeron para que, entre otras propuestas, se lograra en 1892 un invento que fue la solución largamente esperada: el trasbordador de caña. Fue creado por dos cubanos: José Roque y Honorato Lainé, con la colaboración de otros residentes de ese poblado.
José Roque Hernández (1857-1899), inventor, mecánico y militar matancero, participó en la Guerra del 95, donde alcanzó el grado de teniente coronel. En 1892 era técnico de los ferrocarriles de la Empresa de Sabanilla y se había establecido en la zona de Jagüey Grande.
A su vez, Honorato Lainé Garesche (1865-1928) nació en Matanzas de ascendencia francesa. Médico veterinario, ingresó en la Real Academia de Ciencias de La Habana en 1885, con veinte años. Se le considera el académico más joven de la historia de Cuba.
Tras los avatares propios de la construcción del novedoso aparato, el primer trasbordador cubano fue estrenado el 13 de mayo de 1892, cerca de la tienda Guarina, en la zona de Crimea, Jagüey Grande.
Al fin se había logrado dar solución a un viejo problema. La caña cortada traída en carretas era levantada por el sistema de izaje del trasbordador y colocada en los vagones del ferrocarril. Periódicos como el Diario de la Marina y la Aurora del Yumurí, dieron cuenta de la añorada innovación.
Rápidamente los campos cubanos vieron levantarse los trasbordadores, como nuevos elementos del paisaje de la modernidad. Aunque casi inexistentes hoy, fueron muy importantes en el desarrollo de la industria azucarera cubana.
En el Museo Municipal Agustín Acosta, de Jagüey Grande, existen piezas originales de ese primer trasbordador, orgullo de la historia de la ciencia en Matanzas. Historiadores de ese municipio como José Fernández, ya fallecido, Diego Alamino y Humberto Rodríguez, han rescatado esta historia para la posteridad.