Al terminar la campaña de alfabetización, mediante la cual Cuba se declaró territorio libre de analfabetismo en 1961, a jóvenes que participaron en funciones de maestros como Guillermito León les dieron la oportunidad de escoger una beca para estudiar.
Al elegir según sus deseos fue de los primeros nacidos en el poblado portuario de Casilda, al sur de Trinidad, que salió para no regresar a vivir a su terruño natal porque al graduarse lo ubicaron en un central azucarero y se casó por esa zona, donde formó una familia.
Los que no tuvimos esa deferencia que hubo con los alfabetizadores, también obtuvimos los cursos deseados sin contratiempos, y hasta los hogares llegaban en no pocas ocasiones, personas que prácticamente se dedicaban a captar alumnos para determinados estudios.
Apenas un par de décadas después, garantizar capacidades para todos los aspirantes se convirtió en un agradable problema provocado por las facilidad para acceder a los estudios y la masividad de jóvenes con preparación para aspirar a la enseñanza superior que dejó de ser un nivel solamente de élites.
Los centros de enseñanza primaria se multiplicaron, pero la de secundaria no solo aumentó, sino que su presencia abarcó todos los rincones del país, y lo que pudo haber parecido un sueño lejano: todas las provincias crearon universidades.
Hasta los estudios de Ciencias Médicas dejaron de ser una exclusividad, y lo que fue una carrera prácticamente inaccesible es tan asequible que el país está entre los de más galenos por habitantes.
La enseñanza cubana pasó a ser uno de los sectores sometidos a las mayores exigencias que en la inmensa mayoría de los casos están fundamentadas sólidamente, lo cual es consecuencia del alto nivel educacional.
Este redactor recuerda que en los años 80 del siglo pasado, los de más bajo escalafón podían ingresar fácilmente a la agronomía, pero no a Medicina, que exigía acumular altas notas, lo que motivó a alguien decir: Estaremos sanos, pero hambrientos.
Muchas anécdotas refuerzan uno u otro criterio: unos ponen ejemplos de estudiantes de bajas notas que se graduaron con título de oro en la universidad, otros citan nombres y apellidos de brillantes bachilleres que no pudieron vencer el segundo año de la educación superior.
Tanto en los perfiles de redes sociales de Cubahora como en comentarios digitales y encuesta en nuestro sitio web hay las más variadas opiniones indicadoras de que se trata de un debate de grandes proporciones y merece ser atendido.
Hay quienes señalan que en otras naciones altamente desarrolladas hay universidades y carreras donde aplican pruebas altamente difíciles de vencer, sin embargo, otros consideran esos exámenes como una pérdida de tiempo y recursos.
También opinan que los jóvenes se preparan para aprobar y no se garantiza el aprendizaje, pero hay puntos de vista de que son favorables porque sin ser integral, hace que el estudiante se enfrente por primera vez a un tema y eso le da base para la carrera.
A ese criterio, responden con que son contenidos que debieron adquirir durante un curso en el preuniversitario y comprobados mediante exámenes ordinarios, pues de otra manera son conocimientos “pegados con alfileres”
Por supuesto lectores que dan mayor valía a las pruebas de aptitud afines a cada perfil, y exponen casos de quienes con efectivas habilidades obtuvieron mejores resultados que los de altas calificaciones en exámenes de ingreso.
Además de tomar en cuenta lo dicho en redes sociales, conversamos con familiares, alumnos y personal docente, cuyas ideas también fueron diversas e incluyeron la urgencia de optimizar todo el sistema educacional.
Un profesor jubilado y reincorporado que dedicó años a preparar alumnos para competencias de conocimiento afirmó que los exámenes de ingreso necesitan cambios para ser mas eficientes en sus propósitos.
El nivel de impacto de la pandemia, al igual que los de los exámenes de ingreso, dependió y depende de la calidad en todas las enseñanzas. (ALH)