“Cierro los ojos y lo único que veo es la ola de candela atrapando a los carros de bombero”, comenta aún nervioso. Respira e intenta continuar el desgarrador relato, interrumpido en ocasiones por la llamada de familiares y amigos preocupados por su estado de salud.
A pocas horas de las primeras explosiones, protegido ya por el calor familiar en su casa en Pastorita, puede hablar con más fluidez, aunque es difícil recordar, revivir aquellas impactantes escenas que vuelven una y otra vez a su cabeza, a riesgo de no irse nunca más.
Yuniesky Luis Blanco Tanquero trabaja, junto a su compañero Miguel, en una pipa particular encargada de suministrar el agua a empresas y a personas necesitadas de sus servicios. Por su labor se encuentran asociados al Cuartel de Bomberos y saben que ante alguna emergencia deben permanecer localizables para entrar en acción.
Sobre las seis de la tarde del viernes último ocurrió la llamada. El coronel Orelvis solicitaba su presencia cuanto antes. Él había acabado de llegar del trabajo. Su esposa le comentó sobre la caída del rayo en los tanques de la Base de Supertanqueros.
“Tengo que ir”, fue la respuesta, mientras se alistaba para salir.
Era su primera vez en un incendio. Demoraron en llenar la pipa, pero ya cerca de las diez y media u once de la noche se acercaron al siniestro.
“No nos dejaron ni parar, fuimos directo para los tanques y nos pusimos a unos 60 metros. Cuando llegamos había uno solo encendido, el anillo de arriba se había roto. Nuestra misión era suministrarles agua. En ese primer momento en mi zona había un solo carro y en otras más pipas haciendo lo mismo”, comenta.
“Los bomberos trabajaban sin descanso tratando de enfriar con las mangueras. Nos ubicaron cerca para poder abastecerlos. Hubo una explosión, pero nos dio tiempo a salir corriendo de allí sin problemas”.
A pesar del inmenso susto en el que su compañero perdió el habla volvieron a cargar y regresaron. “Temor sentí la segunda vez. Sobre las cuatro de la mañana estuvimos nuevamente allí. Había pocos carros con motobomba y por eso teníamos prioridad. En la primera explosión se nos rompió la turbinita, y la arreglé rápido porque teníamos que seguir.
“Los comandos estaban debajo de los tanques echándoles agua y otros refrescándolos a ellos. Donde nos ubicaron había un solo carro, pero en ese mismo momento llegan dos más y los dejamos entrar primero para nosotros ponernos detrás. Cuando les voy a alcanzar la manguera gritaron: – ¡Corran que esto volvió a explotar! -. No llegamos ni a descargar la pipa.
“Todo el mundo corrió, el socio salió en el camión y muchos pudieron treparse, menos yo. Estaba desconectando la manguera y me dio por correr porque me sentía el vapor en la espalda. En eso me caigo y venía un bombero detrás de mí y me levanta y me dice: – Dale, corre, corre, que todavía la candela viene por ahí.
“Cuando miré hacia atrás porque me sentía muy quemado, vi como el fuego abrasaba a los que habían quedado detrás, creo que no les dio tiempo ni a bajarse de los camiones.
“La gente corría por la hierba, los vehículos iban a millón, chocaban, era mucha la desesperación. Me atolondré y más porque tenía mucho ardor en la cabeza, pensaba que me había quemado completo
“Cuando pude llegar afuera el socio me estaba esperando en la pipa. Me llamaba desesperado porque no me encontraba y le dije, dale vamos, me siento toda la espalda quemada. Vinimos para el Hospital Militar donde me atendieron muy bien, me vendaron, me echaron agua, me inyectaron, me dieron una pastilla para la presión”.
Las quemaduras en la cabeza, orejas, y manos traducen los momentos de desesperación vividos. Por suerte, la camisa verde que llevaba puesta y el cuerpo generoso del bombero que no lo abandonó durante todo el trayecto minimizaron el impacto directo del vapor sobre su piel.
“Si él no llega a venir detrás de mí me hubiera quedado parado porque ya no contaba con fuerzas para nada más, los pies no me daban. Nosotros no teníamos percepción del riesgo porque ahí estaban los bomberos que son gente muy preparada y sin miedo, dirigentes, periodistas, no pensamos en la gravedad”
“En una situación como esa hay que estar ahí”, me dice como anticipándose a mi próxima pregunta. Callo mientras observo a su esposa que lo mira, me confirman su miedo también. Ahora el orgullo es más fuerte, sus ojos la delatan y yo me quedo con eso, porque sus pupilas desprenden hoy la misma luz de admiración que siente el pueblo de Cuba por sus héroes.
(Por Jessica Acevedo Alfonso – Periódico Girón)