Mi hermana sigue jugando en el parque conmigo

Nos volvíamos locas porque llegara la hora para irnos para el parque. Nos sentíamos libres, era un escape del reducido espacio adonde vivíamos.

No sé cómo mi abuela organizaba el tiempo para lavar bultos de ropa todos los días, atender la casa, dar cuatro viajes al colegio para llevarnos y traernos, dejar la comida hecha y llevarnos de la mano cada tarde al parque. Eso era tan sagrado para ella como para nosotros.

Lo que más hacíamos allí era corretear. Era ir contra el viento, libres, felices… Jugar a “los agarrados” con otros niños, hacer amigos y amigas… En realidad, la que corría era mi hermana, una especie de ardilla, en la que se repitió su hijo y ahora mi nieto más pequeño. Se parecen demasiado los tres.

Yo era muy tranquila. Siempre lo he sido. Prefería quedarme sentada al lado de mi abuela y ver “volar” a mi hermana, linda, preciosa, créanme, la niña más bella del parque. Cuando pasaba por nuestro banco, me cogía de la mano y me arrastraba con ella, pero yo no podía seguirla.

Una tarde se perdió de nuestra vista. Alcanzamos a ver al grupo de niños alrededor de la fuente y entonces, de pronto, muerta de risa y empapada, salió de la fuente adonde se había caído ella “no sabía cómo”. Todo lo que atinó a explicarle a mi abuela, para sorpresa nuestra, fue: “Seguro que alguien me empujó”, lo cual era lo más increíble, porque tocar a mi hermana no era cosa fácil y empujarla, imposible.

De todos modos, aquello no fue pretexto para dejar de llevarnos al parque. Por suerte mi abuela no lo tuvo en cuenta. Y mantuvimos durante años aquella salida diaria, que todavía nos trae hermosos recuerdos.

Fue un tiempo muy lindo para las tres, porque mi abuela era verdaderamente nuestra cómplice y además, aprovechaba para descansar un poco. Y para nosotras era el espacio del día donde llenábamos nuestro espíritu de imágenes nuevas, jugábamos libremente… Esa era la felicidad.

Cada vez que cruzo el parque veo a una niña con las rodillas rotas, despeinada, corriendo alegre, va al frente del grupo y hala junto a ella a otra más alta. Cuando fijo la vista, no me equivoco, somos ella y yo. No nos separa tanto mar de por medio.

Sí, porque aunque nadie nos vea y nadie lo crea, mi hermana sigue jugando en el parque conmigo.

 

, Radio 26