La ciudad permanece en silencio, discreta muestra la paz de su bahía y el andar cotidiano. Las flores se visten de fuego para, con el calor irremediable, rendir tributo. Es 5 de agosto y los matanceros contemplan diferente la belleza de su paisaje.
Dos años transcurrieron desde aquel incendio que arrebató la tranquilidad de los cubanos, cuando en Matanzas hombres y mujeres se batían contra las llamas. El fuego todavía quema por dentro.
En el cuartel Museo Enrique Estrada los rostros paralizan la mirada. Desde muy temprano muchos se congregaron con sus corazones mustios. Es triste recordar. Familiares, amigos, compañeros, combatientes y todo un pueblo se reúne. Toda una Isla anhela aún el beso y el abrazo trunco de la despedida.
Las lágrimas, aunque pretenden cambiarlo todo, solo encuentran el coraje de quienes abrazan la inmensidad, de los que dejaron atrás la familia, de los uniformados, de los que olvidaron el café, los alimentos, el agua y partieron porque simplemente era su destino y deber. De los que, aunque temieran al calor abrazador, lucharon firmes “minuto a minuto” hasta cortar definitivamente los designios del fuego.
Regresan los recuerdos de aquellos helicópteros comandados por héroes que besaban la bahía para dejar caer sobre los tanques incendiados la plegaria de un país. Vuelven a la memoria los testimonios de quienes se perdían entre la columna de humo y el fuego. Salta a la vista la solidaridad de los cubanos y del mundo ante el dolor del pueblo. Regresa el agradecimiento eterno a los hermanos venezolanos y mexicanos cuando, en franca amistad y codo a codo, acompañaron a Cuba.
Por la ciudad suenan las sirenas, lentamente se desplazan por las calles los carros de bomberos, los cruzrojistas, los voluntarios. En la base de Supertanqueros también se defendió la Patria, la misma tierra que nos cultiva. En Matanzas vuelven a sonar las campanas de homenaje, estremece la solemnidad y replica por siempre para sus hijos, más que el silencio eterno, los aplausos.(TV TUMURí)