Estoy seguro de que a muchos les ha pasado que, cuando entran a un establecimiento estatal en la ciudad de Matanzas, da lo mismo si es un restaurante, una cafetería o un hotel, los asalta una música que no va muy a tono con las características del lugar.
Es por lo menos disonante que en la cuna del danzón, en una urbe que ha dado tantos buenos músicos a la cultura cubana, en pleno centro histórico, la banda sonora de los servicios esté compuesta por los más vulgares reguetones.
Tal vez, si nos ponemos de suerte, el repertorio musical varía de baladas a los hits “poperos” del momento, pero casi nunca falta esa persona decidida a compartir los éxitos del reparto cubano desde una exagerada bocina, ya sea si la lleva a cuestas o está integrada a su motorina eléctrica.
Lo realmente irónico del asunto es que en Cuba existe una política cultural que traza la directriz que deben seguir los organismos e instituciones públicas para promover los valores de nuestro arte, en dependencia de cada uno de los espacios. Incluso, va un poco más allá y vincula al sector privado en el tema, porque si un negocio está ubicado cerca de lugares patrimoniales y demás, debe cumplir un grupo de normas.
El Ministerio de Cultura de Cuba lo deja bien claro en su página web, con los postulados básicos de dicha política cultural. Entre estos está la reafirmación y el desarrollo de la identidad nacional, la vocación universal y profundamente latinoamericana y caribeña de la cultura nacional.
Las instituciones deben colaborar en la conservación, protección y difusión del patrimonio cultural autóctono, el reconocimiento a la diversidad, el fomento y estímulo a la creación artística y literaria, el respeto y apoyo al protagonismo y creatividad de las comunidades en la conducción de sus procesos socioculturales, y contribuir a que la cultura sirva de impulso y orientación en los procesos socioeconómicos.
De hecho, la máxima dirección cultural del país lo engloba todo de esta manera: “Los programas de desarrollo cultural que se llevan a cabo en Cuba constituyen una expresión de la política cultural del país y de los principios enunciados. En su realización intervienen entidades, organismos y organizaciones de diversos sectores, pues su alcance rebasa a las instituciones culturales e involucra las esferas social y económica”.
La solución al problema no es prohibir el reguetón, ni mucho menos; la gente va seguir “repartiéndose” porque dicha música ya forma parte de nuestra cultura popular, queramos o no. Las claves están en definir correctamente la proyección artística de los espacios, y eso pasa tanto por la selección de la música, el volumen, la decoración y hasta la vestimenta del personal.
También debe existir una cuota de promoción a los jóvenes creadores locales, porque el primer lugar donde debe darse a conocer un artista es en su ciudad. Los servicios deben servir —valga la redundancia—, asimismo, para colgar pinturas, exponer fotos y compartir el sonido de quienes empiezan a crear en Matanzas.
Al final, el tema pasa también por una cuestión de sentido común, la administración de los espacios más importantes en nuestra ciudad, no pueden dejar nada al azar, o simplemente al gusto de un dependiente. Respetemos nuestra cultura y seamos coherentes con los valores que representamos.