Aquella mañana casi me voy sin desayunar. Rondaban las ocho en punto y el evento al cual asistiría comenzaba solo una media hora después. Tenía que caminar más de un kilómetro, desde mi casa hasta el Teatro Sauto, porque el transporte estaba bastante inestable; pero eso es harina de otro costal.
En medio del nerviosismo que aparece, tu mamá te dice: “Desayuna, si, total, las actividades nunca empiezan a la hora indicada”. Por suerte, en esta ocasión hice caso a su consejo, porque ese evento no fue la excepción.
Esperar se convirtió, hace mucho tiempo en Cuba, en una moda de esas que llegaron para quedarse. Si bien somos catalogados de sociables, solidarios y familiares; la impuntualidad forma parte en gran medida de la idiosincrasia de los cubanos.
Muchos son los actos y reuniones a los que te citan 30 minutos antes para asegurar la asistencia a la hora pactada, y aun así retrasan su comienzo por problemas técnicos de último minuto o invitados que demoran en llegar. Asimismo, no son pocos los locales de prestación de servicios que abren sus puertas 15 minutos más tarde de la hora establecida. Sin embargo, para cerrar son los primeros y el proceso es a la inversa.
La impuntualidad constituye, a su vez, un sinónimo de informalidad. Asistes a una oficina de trámites y te toca esperar en vano por el encargado de determinada gestión que se atrasó o simplemente no aparece.
Lo que resulta curioso es que siempre hay una forma para justificarse, porque, como escuché una vez, la culpa no puede caer al piso. La situación con el transporte, el amanecer en apagón, una alarma que no sonó y otros imprevistos constituyen algunas de las excusas. Ello no impide que te encuentres algún que otro momento con quien te diga, así, muy campante, que se quedó dormido.
Pero dichas justificaciones no pueden ser siempre los villanos del cuento. Los problemas organizativos, de exigencia y disciplina en disímiles entidades influyen también en este mal que no parece tener una cura inmediata en nuestra sociedad.
Por otro lado, muchas veces nos molestamos con este tipo de circunstancias, sin pensar que nosotros mismos hemos incurrido en esta mala costumbre, ¿irónico no?
Mientras en Cuba la irreverencia a los horarios ganó un considerable terreno dentro de la población, en muchas otras latitudes del mundo, se considera una falta grave, como creo que se debe tomar.
Se hace imprescindible, entonces, que se predique el respeto por el tiempo ajeno y el cumplimiento de los horarios establecidos, lo cual no solo contribuiría a elevar nuestro civismo, sino que estaríamos cumpliendo de una vez por todas con una elemental norma de consideración hacia el prójimo.
Periódico Girón