Alfredo Zaldívar, un poeta amatancerado

El niño de Sojo Tres

Su palabra deviene melodías entre las aguas del Canímar y el San Juan. Desde los badenes hasta el valle dibuja esencias, tradiciones, nostalgias y encantos. Su voz transita por cada rincón en busca de poesías. Siempre le acompaña la bondad del cuento, los contrastes de la dramaturgia y la belleza de cada historia convertida en ciudad.

En un pueblito del lejano Oriente, como él mismo le referencia, nació en 1956 Alfredo Zaldívar Muñoa. Los recuerdos de Sojo Tres, en la provincia de Holguín, revolotean en las memorias de su infancia. Desde muy pequeño su padre, a pesar de ser un campesino, le incentivó el hábito de la lectura y su mamá, una mujer llena de perseverancia, le apoyaba en cada paso de superación.

El azar de la vida le hizo nacer, por segunda ocasión, en la Ciudad de los Puentes. Según cuenta la gran compositora Marta Valdés, hay un grupo de personas que son “amatancerados”, que llegan a esta ciudad, se enamoran de ella y se quedan en esta tierra. “Entre ellos, Plácido, José María Heredia, Rubén Darío Salazar, gente que se han aplatanado en Matanzas como yo”, nos dice. Zaldívar es un poeta amatancerado.

“Salí de Sojo Tres a los seis años, pero guardo muchos recuerdos. Era un pequeño pueblo donde se encontraba un chucho de caña. Sí, exactamente, un batey cercano al centro colector donde se pesaba la caña. El caserío lo conformaban no más de veinte viviendas, una escuela y la bodega. Mi padre era uno de esos campesinos que ni siquiera terminó la enseñanza primaria. Cuando yo tenía trece años, lamentablemente él falleció. En mí quedaron muchas conversaciones pendientes y otras tantas por investigar acerca de su vida. Todavía me cautiva su historia. Mi papá hasta integró un grupo de música campesina donde tocaba el tres, y le encantaban las décimas.

“Con frecuencia rememoro su vida porque, en ocasiones, no me explicaba el por qué era tan culto a pesar de su nivel escolar. Él tenía en casa muchos textos: un atlas de geografía universal, un manual de ortografía, un libro de aritmética y una extensa colección de la revista Bohemia. Todo esto incentivó mi intelecto.

“Éramos cinco hermanos, yo soy el más pequeño. En Sojo Tres tuve todas las cosas  a las que se aspira de niño: un caballo, un río, el campo, las yaguas para tirarse por los barrancos y la línea del tren donde nos reuníamos todos los muchachos. El campo siempre va a marcar mi vida.”

¿Cuál es el primer contacto con el universo de las letras?

“Pasado un tiempo me fui a vivir cerca de mis abuelos en otro pueblito un poco más desarrollado. Allí hacían actividades en una especie de veladas y yo siempre participaba, actuando. Entonces pensé que mi camino iba por ahí, aunque siempre escribía y hacía algunos versos. En ese entonces fue mi primer vínculo con el arte y la literatura.”

Poco a poco, Alfredo Zaldívar cultiva su camino hacia el mundo de las letras. Escribía pequeños cuentos, incluso hacía teatro aficionado. Tras la efervescencia del triunfo de la Revolución en 1959, el joven tiene su vínculo con la ciudad de Matanzas, la primera urbe que conoce, incluso antes que Holguín. Con tan solo 16 años inicia en este territorio su carrera de Topografía.

“Yo salí de mi pueblito a la Dirección municipal de Educación, donde había un tablero con varias propuestas de estudios. El país solicitaba que, luego de la secundaria, nos insertáramos en un técnico medio. Yo, al igual que muchos estudiantes, dimos el paso al frente porque había que ayudar al país. Existían muchas ofertas, pero el nombre más bonito que vi fue Topografía y además se estudiaba en Matanzas.

“En esta ciudad vivía un tío mío y eso representaba una ventaja. Ya sabía de ella gracias a la colección de la revista Bohemia que tenía mi padre. Había una sección que hablaba mucho de la hoy Sala White y el teatro Sauto, y me atraían.”

¿Cómo llegas a Matanzas?

“Me montaron en una guagua desde Mayarí. Pasamos por Holguín, pero pasé como por cualquier pueblo, incluso ni siquiera en ese entonces era la capital provincial, porque hablamos del año 1973, cuando todavía Santiago de Cuba lo era.

“Mi primera ciudad fue esta, Matanzas. Tuve la gran suerte de que el chofer equivocara la ruta y desde el primer día tuve la oportunidad de admirar los atributos de la urbe. Transité cerca de la bahía, los puentes, y choqué con la inexplicable belleza de la Atenas de Cuba.

“Realmente yo me encanté con esta ciudad y desde entonces me di cuenta que este es mi lugar en el mundo. En varios poemas míos lo dejo entrever, aunque es muy difícil decirlo con palabras. He estado bastante tiempo fuera de Matanzas y siempre pienso que he salido para verla de lejos o sentirla desde cualquier lugar.

“Yo llego a un tecnológico donde se estudia una carreta técnica, pero Matanzas era una ciudad donde la cultura vibraba. Tenía profesores muy buenos de Español, Literatura, Historia, y ellos me incitaron a seguir mis aspiraciones. Para esa fecha escribía cuentos, poesía, incluso tenía un boletín y asistía a los talleres literarios.

“Cuando termino mi carrera ya había ganado algunos premios. Se había abierto la Universidad de Matanzas y muchos de mis profesores pasan a impartir clases allí. Yo tenía un buen expediente y me propusieron las clases en la carrera de Topografía. Estuve seis años en la docencia, pero ya en esa época yo estaba muy vinculado al movimiento literario.”

¿Cuánto hay de Vigía en Zaldívar?

Alfredo Zaldívar fue ganando prestigio en el mundo de las letras. En un momento piensa que la dramaturgia marcaría su vida, pero con total apego se inclina hacia la poesía y la edición. En 1983 empieza a trabajar en la Dirección municipal de Cultura hasta que se abre la Casa del Escritor. En medio de la revolución cultural de la Isla en la música, la pintura, la danza y la literatura, Zaldívar, crea, junto a otros artistas matanceros, uno de sus proyectos más preciados: Vigía.

“La poesía me llevó a la edición. Queríamos publicar nuestros poemas. El movimiento de escritores de la ciudad era pujante, pero teníamos pocos recursos. En ese entonces ya estaba fundada la Casa del Escritor y ahí empezamos a hacer los primeros libros con papel de estraza, papel de cartucho, papel kraft.

“Nos dimos cuenta que existía la posibilidad de explorar esa técnica. Luego llegó Rolando Estévez con una vocación tremenda por la literatura y por la plástica: reunía las dos cosas, sin dudas era un gran diseñador. Juntos empezamos a trabajar intensamente y se fue creando Ediciones Vigía, una editorial que hoy es reconocida en el mundo entero.

“Vigía fue mi vida durante quince años, un período que puede representar cincuenta o cien años para mí porque fue una entrega total. No había día, noche, madrugadas, ni nada. Todo el tiempo vivimos para aquel proyecto, donde se insertaron varios escritores de toda Cuba.

  

“Fue un proyecto precioso, lleno de vida. Dado a todo el movimiento creativo y literario empezamos a llamar la atención de los grandes escritores. Ahí tuvimos a Cintio Vitier, Fina García Murruz, Eliseo Diego, Roberto Fernández Retamar, Antón Arrufat, Dulce María Loynaz, a grandes escritores cubanos.

“La editorial se convirtió en un centro poético importante en la Isla. La inmensa mayoría de los escritores de la generación de los ochenta publicaron en esta editorial o colaboraron con su revista. Fue un momento especial para la literatura cubana, ya que ediciones Vigía estaba en el centro de ese del movimiento literario.

“Cuando llegó el período especial, en los años noventa, nosotros estamos preparados para trabajar sin nada. Hubo un momento en que la única revista que quedaba en Cuba era Vigía, porque la hacíamos con materiales que encontramos: cortezas de árboles, tierra, arena, piedra, tela, cartón, papel de deshecho.

   

“Tanto es así que Armando Hart, en ese entonces Ministro de Cultura, llegó a decir que Ediciones Vigía era una muestra de la resistencia del pueblo cubano, o que Fina García Marruz dijera que esos libros serían buscados porque son obras de amor.

“En fin, fue un proceso lindísimo, sobre todo por la participación de los propios creadores en sus libros, el intercambio entre generaciones y todo lo que propició.”

Desde sus inicios Ediciones Vigía crea sus colecciones totalmente manufacturadas, empleando la técnica del libro como objeto del arte. La editorial confecciona, aún en la actualidad, ejemplares únicos y extremadamente atractivos.

¿Fue Carilda Oliver Labra inspiración para Zaldívar?

“Carilda es centro de mi vida. Tuve una relación muy hermosa desde que la descubrí, porque para mí era un mito. Una noche pude visitarla en su casa y a partir de ahí surgió una amistad increíble. Cuando yo cumplí cincuenta años me dedicó su tertulia Al sur de mi garganta, y eso lo agradeceré eternamente.

“Mantuvimos una relación de amistad muy fuerte, además de los lazos profesionales que nos unían. Publiqué muchos libros y poemas de ella en Vigía y más tarde en Ediciones Matanzas.

“La vida me obsequió una relación entrañable con Carilda al igual que sucedió con Digdora Alonso y Luis Hernández Milián, entre otros tantos de los grandes escritores matanceros que entregaron su obra a Ediciones Vigía.

¿Por qué apostar por la familia que has creado?

Su tiempo es limitado. Alfredo Zaldívar Muñoa es de esos hombres entregados por completo a la literatura. La vida no le ha obsequiado la oportunidad de tener hijos propios, pero sí hijos adoptivos y muchos amigos.

“Yo no he creado una familia, pero si tengo una maravillosa. Somos cinco hermanos, un montón de sobrinos y sobrinos nietos. A pesar de vivir distantes somos una familia muy cercana y nos reunimos con frecuencia.

“Los amigos llegan a tu vida y la transforman, a veces los sientes como hijos, hermanos. Así es mi relación con Maylan Álvarez, Lien Rodríguez, Luis Domínguez… Incluso tengo amigos que no son del sector de la cultura y llegaron a mi vida desde 1973 y todavía son hermanos del alma.”

¿Qué sería de la vida de Alfredo Zaldívar sin Matanzas?

“No sé, no me lo imagino. No entiendo cómo pude nacer tan lejos de esta bahía. Matanzas despertó en mí todo lo que soy. Fue la primera ciudad donde vi a un escritor, supe que eran tangibles, que no eran libros. La primera ciudad donde entré por primera vez a una biblioteca. Sin todo eso, simplemente no sería yo.”

Después de una etapa de viajes, encuentros profesionales y recorridos por el mundo, Alfredo Zaldívar regresa a Matanzas, empieza a dejar una huella y se inserta en un nuevo proyecto: Ediciones Matanzas. En la actualidad muchos escritores anhelan publicar es esa editorial por la calidad del diseño y tratamiento de sus textos.

“Con Ediciones Matanzas he tenido una relación muy coherente porque fue la primera donde yo publiqué. Trabajaba en Vigía, pero mi primer libro surge en Ediciones Matanzas en 1989. Primeramente fui autor, luego editor y más tarde director de la revista hasta que llegué a atender la Editorial. He tenido un proceso muy hermoso. A veces pienso que Vigía fue el ensayo y que mi puesta en escena fue Ediciones Matanzas.”

 

Quizás es cierto. Zaldívar es el alma de esa institución multipremiada con anaqueles repletos de textos.

“El trabajo riguroso y consciente de la edición, formar un equipo, casi refundar una editorial me ha costado mucho esfuerzo y perseverancia.

“En mi formación hablar de una persona es muy difícil. Tuve un maestro español en sexto grado, quien se llamó José Velázquez, que creo que marcó mi formación. Y en Matanzas Digdora Alonso fue la primera escritora que yo conocí, que se vinculó mucho a mi vida y me enseñó mucho de lo que hoy conozco de la literatura.”

¿Quién es el gran amor en la vida de Alfredo Zaldívar?

“La literatura, la edición, los amigos, los amores y la poesía. A propósito, un creador siempre tiene que tener parte de su obra en el bolsillo, y por eso traigo este poema de amor a mis padres:

El amor es un niño que corre con los ojos cerrados,
apretando los párpados, apretando las manos con un mensaje en blanco;
por una vereda que no existe.
El amor es un trillo que no existe por el que corre un niño hacia lo blanco.
El amor es un blanco que espera por un niño en la noche cerrada, con los ojos cerrados.
El amor es la noche cerrada, los ojos apretados y la vereda blanca.

Entre versos se despide el autor. Él es Zaldívar, el amatancerado. Sus insomnios saludan los amaneceres cargados de letras para convertir en almíbar los silencios del papel en blanco.