Iridiscente despide la tarde su estancia. El pedazo de mundo que asoma por su ventana le advierte. Se retuerce en el asiento y afanosa sube y baja la pierna en desesperado tic. Entorna los ojos como curiosa hacia el reloj. Inmóviles, las manecillas parecen mofarse de su inquietud y alguna que otra blasfemia se asoma tenue en sus labios. Rebelde gira el dial en espera de la cita que aún no llega. Y cuando se agudiza la reñida batalla entre la impaciencia y el sosiego, la anhelada visitante se personifica, disipa el dilema y rompe el silencio.
Desde que la 2LC materializara la primera transmisión radial en la mayor de las Antillas, el 22 de agosto de 1922, de la mano de Luis Casas Romero, Cuba resultó el cuarto país del mundo en disponer de señales radiofónicas. Tras el triunfo revolucionario se incrementaron los horas de transmisión, la variedad en las parrillas, el alcance hasta zonas territoriales y, especialmente, la aceptación por parte de la población. La radio se convirtió entonces en escuela, noticiario y hogar para el pueblo.
La lista de grandes indiscutibles como Alberto Luberta, Magaly Bernal, Aurora Basnuevo o Eduardo Rosillo y programas icónicos como Alegrías de Sobremesa es interminable y maravilla saberlos latentes en el alma de cada oyente e inmortales en los retoños del ayer, del hoy y del mañana.
Sería imposible resumir cuánto significa la radio, no solo para quienes hacemos de ella nuestro centro de trabajo, nuestra familia, nuestra casa, sino también para quienes laboramos con cariño, pasión y respeto, para quienes constituyen en sí nuestra razón de ser y a quienes agradecemos la fidelidad, la preferencia y, sobre todo, la compañía.
Hoy la radio celebra 101 agostos y todos acudimos a su encuentro embelesados con la historia, tradición y cubanía que en su periplo nos obsequia; la sapiencia que alberga su inagotable contenido; las seductoras voces o hechizantes melodías que emanan de sus hacedores y, sobre todo, el orgullo con que consagramos nuestro quehacer a elevar su prestigio y grandeza.