Hiroshima y Nagasaki: el peso del terrorismo

Manchada de sangre quedó la historia en aquellas duras jornadas. Desgarrado el velo de la paz y más atormentadas las almas cuando el terrorismo, feroz, abrió las fauces y la humanidad, inocente, sucumbió ante su impacto.

Tras un notable apogeo económico y militar y diversos conflictos con los Estados Unidos, Japón puso en su mira las posiciones del país norteño, en caso de iniciarse una ofensiva. Por ello, el 7 y 8 de diciembre de 1941 bombardearon las instalaciones de Pearl Harbor, Hawaii y Las Filipinas.

Esta afrenta motivó al entonces presidente norteamericano Roosevelt a dar luz verde al denominado Proyecto Manhattan, cuyo equipo impulsado por selectos ingenieros (entre ellos el físico Robert Oppenheimer) aspiraba materializar la primera bomba atómica antes que sus enemigos los alemanes y que finalmente, bajo el nombre de Trinity, se enfocó en socavar los intereses de Japón con el Pacífico y el continente asiático.

El 26 de julio de 1945 el nuevo presidente norteamericano Harry Truman solicitó la rendición internacional del gobierno japonés o las consecuencias serían devastadoras. Pero así como inmediata fue la negativa de Japón, las represalias de Estados Unidos no se hicieron esperar.

Borradas quedaron las huellas del industrial y portuario enclave militar japonés que albergaba depósitos de armamento y plantas de investigación secretas, cuando el 6 de agosto de 1945 el avión estadounidense Enola Gay dejó caer la potente bomba de Uranio 235 Little Boy sobre la nipona ciudad de Hiroshima. Y cuando la infernal desolación parecía haber alcanzado su clímax, el 9 de agosto, solo tres días después, la bomba nuclear Fat Man, cargada de Plutonio-239 fue arrojada en la oriental ciudad de Nagasaki por el avión B-29 Bockscar.

El fuego se apoderó de ambos pueblos. Miles de personas y animales murieron calcinados o bien sufrieron graves quemaduras e incluso heridas por los fragmentos de vidrio y demás materiales que salieron disparados por las explosiones. Las tejas de barro de las casas se derritieron, la gran mayoría de las residencias de madera ardieron en llamas y los sistemas telefónicos y eléctricos quedaron prácticamente arruinados.

El impacto de estos bombardeos impulsó disímiles debates en cuanto a la injusta estigmatización de sus víctimas, los denominados hibakushas, así como al preocupante progreso de la carrera armamentista y la creación de armas de elevado poder destructivo.

78 años después, Hiroshima y Nagasaki refulgen cual ciudades de paz y cultura internacional, a la vez que un sinnúmero de monumentos, esculturas ceremoniales y parques alegóricos se erigen para recordar aquellos terribles momentos.

Sin dudas, fueron tiempos de inacabable tristeza. Si fuertes resultaron los estruendos, más aún retumbaron la conmoción y la aflicción que les sucedieron. El terrorismo arreció sus tentáculos, millares de inocentes sufrieron sus embates y los días sexto y noveno de agosto de 1945 quedaron archivados como heridas aún abiertas en los anhelos de paz de la raza humana.