Si leíste el artículo anterior te habrás dado cuenta que en nuestro equipo de redacción hay una nueva mamá, explorando y viviendo un mundo desconocido al que se llega casi en cero, sin preparación previa y bajo una nube densa de juicios, críticas, incertidumbres sobre qué, cuándo y cómo hacer cada segundo. Una mamá con ojeras, cansada, pero feliz, clara que para más adelante tendrá tiempo para hacer cosas de mujeres, porque lo que ahora vale es ser madre.
Mi bebé aún no cumple el año, pero entre ratos con su papá, juguetes en el corral, en el piso, dando una vuelta en el coche por la casa con la bisabuela, me dona minutos para trabajar, gracias a que el teletrabajo y las facilidades de Internet permiten estar todos presentes, pero en una oficina virtual, con WhatsApp y Messenger incluidos. Trabajar desde la casa es un reto porque se te juntan dos trabajos, ahora, trabajar con un bebé, ya es cosa de nivel avanzado.
Y es que cuidarlos significa mucho más que entretenerlos, alimentarlos o dormirlos, no valen ropas, coches ni cunas caros, tampoco zapaticos de marca. Precisamente sobre la responsabilidad, la educación que requieren estas nuevas vidas, quisiera comentarles hoy, pero, sobre todo, mirando desde un punto atrás como si tuviéramos la capacidad de tocar el futuro sin tenerlo encima. Como me decían en el embarazo, “prepárate que esto aún no comienza”.
De todos los riegos posibles, en mi embarazo tuve: baja talla, placenta previa, y diabetes gestacional. Claro está que mis 39 semanas en total de gestación no fueron muy normales si contamos que desde el 25 de mayo hasta el 16 de septiembre estuve ingresada en un hogar materno y después en un hospital a tal punto que actualmente me es raro ver a un embarazada en el tercer trimestre y la barriga bien grande con mucha naturalidad por la calle.
Y es que, de mi corta estancia en el hogar materno quiero hoy tratar. Era mi primera vez en un centro de estos, pues nunca antes ni de visita había estado. No conocía ni a gestantes, médicos, enfermeras, cocineras, pero con las horas era natural se fueran creando relaciones. Fueron días de meditación, aprendizaje, reflexión. Hoy por hoy cuando tengo chance en un ambiente de debate saco a luz mis impresiones sobre lo que viví, conocí, y razoné.
Yo era de las que pensaba ocurría con menos frecuencia o era cosa de generaciones viejas, y es que el tema del embarazo en la adolescencia sigue dando mucho de qué analizar para corregir y evitar casos como los que vi en ese entonces de niñas de 15, 16 y 17 años en edad escolar, embarazadas y sin noción alguna de lo que les esperaría en sus futuros, estudios, desarrollo personal por pensar en una barriga como una simple panza y nada más.
Adolescentes que quedaron en estado tras una “descarga” en una fiesta, con problemas de adicción, antes y durante el embarazo. La mayoría, frutos y víctimas de familias disfuncionales y padres divorciados. Muchachas que para lograr el embarazo y dar a luz un bebé sano debían estar bajo cuidados y en un ambiente controlado, y ello era posible por el engranaje entre el Programa de Atención Materno Infantil (PAMI), el consultorio y los hogares maternos.
Tristemente también conviví en ese entonces con adolescentes provenientes de otras provincias que llegaban para culminar su embarazo antes de tiempo por malformaciones del feto, y es que en sí una de las causas de aquellas fatalidades era la temprana edad con que estas féminas iniciaban su vida sexual, pretendiendo llevar vida de adultos casados, pero también sin protección contra las enfermedades de transmisión sexual, y sin la tutela y responsabilidad familiar.
El embarazo en la adolescencia en nuestro país sigue siendo un delicado problema social y de salud, un tema que debiera abarcar mucho más las aulas, espacios televisivos educativos, ser parte del entramado de audiovisuales, como del mismo modo debería ser el debate de las enfermedades de transmisión sexual y los métodos para protegerse, cosas que no están ni a la escucha de la mayoría ni al alcance para su adquisición en una farmacia.