El testamento político de un hombre de todos los tiempos

Corría el 18 de mayo de 1895. Junto al Contramaestre, en la finca Dos Ríos, José Martí, el Apóstol de la independencia escribía una carta a su amigo Manuel Mercado, sin imaginar que esas líneas se convertirían en su testamento político. La muerte se aproximaba vestida de español y la pluma, presurosa, delineaba el antimperialismo que corría por sus venas.

 “…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber—puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo–  de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”

Quizás presintió la cercanía del fin. Era conciente del peligro que corría su vida por la convulsa situación imperante. Pero su lugar no estaba lejos de la tierra amada, de la Patria sufrida. Y permaneció allí, al lado del deber…

 “En silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.

El amor a la patria esclava y la necesidad de hacer cuanto fuese necesario por la libertad, le arrebataron las horas más preciadas. Sintió la ausencia del calor familiar y del hijo adorado. Murió joven, vigoroso, rebosado de anhelos y de sueños.

 “…solo defenderé lo que tenga yo por garantía o servicio a la revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría la oscuridad”.

Apóstol, puedes estar tranquilo en tu aposento de estrellas. Tu dolor no fue en vano. Ganaste millones de hijos en América y un pueblo en esta Cuba que te siguió ayer, te homenajea hoy y te pensará mañana.

Author: Tania Rosa Alvarez Acosta