El disco tiene 32,5 centímetros de diámetro, 9,5 centímetros de grosor y 40 kilogramos de peso, y fue hallada durante los trabajos arqueológicos que se efectúan como parte del Programa de Mejoramiento de Zonas Arqueológicas de la Secretaría de Cultura federal.
Según Mark Cartwright para World History Encyclopedia, en la superficie plana de la cancha se solían tener tres grandes marcadores circulares de piedra ubicados en una línea a lo largo del campo de juego.
Algunos de esos marcadores en sitios mayas, agrega el investigador, tienen un cartucho cuadrifolio que indica la entrada al inframundo, lo que ha llevado a la especulación de que el juego pudo simbolizar el movimiento del sol (la pelota) a través del inframundo (la cancha) cada noche.
La entrada al averno está simbolizado en el juego por un aro con un hueco en el centro adosado a una de las paredes de la cancha, por el cual tenían que hacer pasar la pelota, como se encesta ahora en el basquetbol.
Esa pieza recién encontrada, nombrada Disco de los Jugadores de Pelota, la halló la arqueóloga Lizbeth Beatriz Mendicuti dentro del conjunto arquitectónico Casa Colorada o Chichanchob -ubicado entre el Osario y el Observatorio-, la cual corresponde a un arco de acceso al área, según dijo.
La alegría de los arqueólogos radica en que en ese sitio maya es raro encontrar escritura jeroglífica y menos un texto completo, y este disco en particular debió funcionar como marcador de un juego muy importante, aunque es una cancha mucho más pequeña que el Gran Juego de Pelota de Chichén Itzá.
Pertenece al período Clásico Terminal o Posclásico Temprano, entre finales de los años 800 y principios de 900 actuales. Su data es más cercana que otras de su tipo encontradas.
Fue descubierto a solo 58 centímetros de la superficie, y está compuesto por roca de origen sedimentario, explica la experta.
La banda glífica, presente en la cara frontal, mide aproximadamente seis centímetros de ancho, la cual rodea un registro interior iconográfico de 20 centímetros de diámetro y se identifican a dos personajes ataviados como jugadores, de pie, frente a una pelota.
El Juego de Pelota es característico de las sociedades mesoamericanas y su concepto iba más allá del deportivo pues era un ritual ceremonial que, además de las apuestas que concitaba, podían devenir en una competencia para definir al jugados o al grupo (perdedor), que sería sacrificado a los dioses.
Desde el punto de vista arquitectónico, algunas canchas (hay varias decenas en toda la zona mesoamericana, no solo en México), tienen un fenómeno acústico singular en el campo de juego: la voz recorre de extremo a extremo la cancha porque el sonido reverbera a lo largo de las paredes del templo norte.
Gracias a representaciones pictóricas y monumentos de piedra, se han logrado reproducir con bastante certeza los juegos de pelota pero pocas de sus reglas, como que la pelota se podía lanzar solamente una vez con la mano y a partir de ahí solo podía hacer contacto con las caderas, muslos y hombros.
La bola pesaba de tres a cinco kilos, era de resina de árboles de caucho, maciza, y los jugadores usaban protectores para tratar de que no se le quebraran los huesos cuando se proyectaba contra sus cuerpos como bala de cañón, o lanzarla al aire con el muslo o la cadera a ocho metros de altura para encestarla en el aro.
Todavía se desconoce cómo podían elevarla tan alto sin usar las manos, ni tampoco el sistema de puntuación para determinar al ganador. Sí está confirmado que el perdedor podía morir y que existía la apuesta.
El INAH estima que, de acuerdo con la información del Popol Vuh (Libro del Consejo con narraciones míticas, legendarias e históricas del pueblo k’iche’ o quiché, guatemalteco), se puede inferir que el partido podía jugarse uno a uno, en parejas o en equipos, cualesquiera de ellas potencialmente mortal.
(Prensa Latina)