Llevamos varios días acordando la hora y el lugar, pero ella ha insistido en que la entrevista sea aquí, en su casa-taller, ubicada en una de las empinadas lomas de Peñas Altas. Es la primera vez que nos vemos, pero la encuentro en el balcón y me reconoce de inmediato.Esta tarde nublada, la última de mayo, María del Carmen García Torres, una de las diseñadoras cubanas más prestigiosas de la actualidad, viste sus propias confecciones, una costumbre bastante común según me dirá después. Un pantalón de hilo blaco, blusa de satín verde persa, accesorioos de plata y el pelo crespo y negro sobre los hombros le otorgan un aire desenfadado, veraniego y una elegancia particular.
Baja de prisa los escalones, me indica cómo esquivar el hilo de agua que cae desde el tanque del techo y me acompaña al taller, ubicado en el segundo piso de la casa. El taller es acogedor, aunque pequeño, una percepción quizás distante del sitio donde una imaginaría encontrar el núcleo de un proyecto sólido como Taller MaryC, liderado por una multipremiada diseñadora con más de 20 años dedicados al mundo de la moda.
Por la habitación, de escasos metros cuadrados, paredes blancas y anaranjadas, llega la luz desde una ventana amplia, dejando al descubierto las cuatro máquinas de coser, los patrones al fondo colgados en orden, la mesa amplia donde realizan los cortes, los centímetros curiosamente dispuestos detrás de cada taburete y montones de telas, recortes y alfileres.
Ahora, entre las máquinas imparables de Oilda y María Rosario, dos de las cuatro costureras que trabajan en Taller MaryC, María del Carmen destella un poco de nostalgia por el sitio donde todo comenzó, y aunque los compromisos de negocio la alejan de los pedales y las agujas, se le ve a menudo entre ellas, cosiendo a la par, organizando y verificando cada detalle. «Es muy exigente», me dirá Oílda, mientras su jefa se aproxima con cuatro tazas de café recién hecho, y me invita luego a subir un piso más arriba, a la terraza, donde la vista imponente de Matanzas deslumbra. Quizás por ello o por la tranquilidad que transmite, es este el sitio donde fluyen sus mejores ideas, donde nació “Vestido de Novia Tropical”, el traje por el que acaba de recibir el Premio de Diseño otorgado por la Oficina Nacional de Diseño (ONDI) 2022, el más alto reconocimiento estatal concedido en Cuba a estudiantes y profesionales del sector.
Allí, entre la brisa de una tarde calurosa y el resplandor que se filtra a través de las nubes espesas, me contará de cómo supo del galardón tres días después del veredicto, de sus planes inmediatos y los proyectos que nunca faltan en la vida de alguien que piensa, sueña y vive para crear, una mujer inspiradora y audaz que un día decidió emprender en medio de circunstancias complejas y barreras que terminó utilizando a su favor.
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Su relación con el diseño textil, asegura, comenzó a tejerse de forma oficial en 1989 y especialmente en los años posteriores, cuando en medio de la crisis de los noventa decidió abandonar las clases de pintura que impartió en la Sala White durante 11 años, para apostar por el diseño de moda. Sin embargo, el vínculo con este oficio, casi una herencia en medio de una familia de costureras y tejedoras, es mucho más antiguo. El horizonte de la moda siempre estuvo ahí, solo tardó algunos años en abrazarlo. Permaneció incluso después de cierto episodio que hoy describe entre risas:
“Mi mamá fue quien me enseñó a usar el pedal de la máquina. Ella también es costurera y en aquella época cosía y tejía la mayoría de la ropa de la casa. Somos seis hermanos así que el trabajo nunca faltaba. Pero recuerdo que un día, tendría yo 12 años, mi mamá salió de la casa y a mí me dio por hacerme un pantalón. Aproveché, agarré un corte de tela, me guié por el patrón y cosí la pieza sin saber que el tiro de alante tiene que ser más corto que el de atrás. Ya te imaginarás cómo quedó. Aquello, como es lógico, no me servía y mi mamá me regañó muchísimo. Imagínate cortar un pedazo de tela y echarlo a perder en aquella época. Fue una de mis primeras lecciones, eso del tiro no se me olvidó más”, se ríe.
Para la graduada como Instructora de Artes Plásticas la relación con la pintura y las manualidades resultaron determinantes en su formación, sobre todo a la hora de innovar y de apropiarse de materiales y texturas para sus confecciones. Cuando habla de aquellos primeros años respira profundo y levanta las cejas. El mundo de la moda cubana, si es que algo puede llamarse así, no funcionaba como hoy, donde existen marcas registradas y una emergencia de negocios privados en este sector, sobre todo en La Habana. La crisis de los noventa y los procesos para llegar a comercializar su obra resultaron para María del Carmen y sus contemporáneos además de tiempos complejísimos, momentos de definiciones.
“No solo por el período especial, sino porque además era yo sola con el trabajo y tenía a Claudia, mi hija, muy pequeña. La suerte en mi caso siempre ha sido el apoyo familiar, sobre todo por parte de mi mamá y la capacidad que creo he desarrollado para sobreponerme. Imagínate, empecé confeccionando ropa para los talleres de la ACAA, luego también me fui insertando con algunos diseños para el Fondo Cubano de Bienes Culturales que se ponían en toda la red de tiendas y más tarde en el espacio del Meliá Varadero que mantengo hace 23 años. Yo disfrutaba mucho lo que hacía pero no dejo de reconocer que era desgastante».
En esa época de rotunda escasez en todos los sentidos recorría en tren los más de 200 km entre Matanzas y Santa Clara para comprar las telas. Fue esa también la circunstancia bajo la cual empezó a innovar en sus confecciones para conseguir un resultado auténtico y funcional.
“Procesaba esos tejidos de lienzo mediante el estarcido, técnica muy poco utilizada en Cuba en aquel momento. Era muy sencillo, simplemente se ´salpicaba´ con un cepillo de dientes directamente sobre la tela y el resultado era maravilloso. Eso creo que marcó el estilo de aquellos primeros años».
“Al principio me organizaba, dedicaba un día entero a cortar, y ya después trabajaba poco a poco. Hacía ocho o nueve piezas a la semana hasta que los encargos fueron aumentando y tuve que buscar más costureras. En principio contraté dos: una para los diseños de hombre y otra para los de mujer, y las fui preparando para que se adaptaran al estilo que quería lograr. Recuerdo que cuando empezamos en el hotel yo tenía que arrastrar una maleta de ropa desde un cuarto piso para ir a trabajar al Meliá Varadero, algo que se dice fácil pero no fue tan simple. Al principio vendíamos en los pasillos y luego nos dieron el local con el que los clientes poco a poco se fueron identificando».
“En aquel momento yo tenía tres máquinas, una singer, una chaika y una máquina unión, pero no teníamos para hacer las candelillas como las hacemos hoy. Entonces mi mamá, que utilizaba la técnica francesa (primero se cose al derecho y luego al revés) me dio esa idea que nos funcionó de maravilla. Eso gustaba mucho a los extranjeros, ver que era una ropa artesanal, que era algo auténtico y sobre todo que yo no era una intermediaria. Así fui creando mi patrimonio”, me explica satisfecha.
“Así también empecé a desarrollar el interés por superarme, por crecer en el mundo del vestir. Pasé muchos cursos, seminarios, talleres, incluso fuera de Cuba y eso dejó una huella en mi formación y en mi obra. Para mí han sido muy provechosos los encuentros con otros diseñadores y el intercambio de experiencias y conocimientos. Pienso que para muchos de nosotros tuvo una gran importancia Fiart en sus diferentes ediciones, por el reto que suponía tener que ir con una colección nueva, atractiva, en la que estuvieran presentes los elementos de cubanía que siento marcan toda mi carrera».
Y es cierto. Está fascinada con Cuba, su clima, la funcionalidad de las prendas y su estética en el país del “eterno verano”. Cuba la inspira definitivamente, y se nota mientras se reinventa, explora en lo cubano, los tejidos frescos, el algodón, el lino, la bambula, el croché, las alforzas… María del Carmen no tiene límites cuando de aprender e innovar se trata.
Ese ímpetu por no detenerse, por renovarse y elevar la calidad de su trabajo, transversalizado por el arte, ha sido clave en su ya amplia carrera, en la que ha asumido desde el diseño de modas, hasta las prendas empresariales y los diseños de fantasía. Y en el punto medio de todas sus facetas encontramos el recientemente premiado “Vestido de Novia Tropical”, una verdadera referencia de cubanía y autenticidad.
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Cuando María del Carmen supo que había recibido el Premio de Diseño ONDI 2022 en la más reciente Bienal de Diseño de la Habana, ya habían pasado tres días del anuncio oficial. La rutina diaria de trabajos, eventos y la poca costumbre de revisar su correo le jugaron una mala pasada en esos días de mayo, en que participaba en la Primera Feria de Actores Económicos organizada en Matanzas.
Todavía, mientras me relata el suceso, no sale de su asombro pues aunque es totalmente consciente del valor, la originalidad y belleza de sus piezas, afirma que su principal motivación a la hora de participar en este tipo de eventos es visibilizar su obra más que competir, aunque a veces gane uno que otro premio.
“Para la Bienal presenté dos proyectos: ‘Vestido de Novia Tropical’ y una colección de verano que titulé ‘Paraíso Tropical, Arena, Sol y Mar‘, inspirada por supuesto en Cuba. Es la segunda vez que participo y que me aceptaran ya era en sí un premio porque se trata de un evento de altísimo nivel. Me sorprendió en todo el sentido de la palabra porque la competencia es muy fuerte y además por el despiste. Gracias a la llamada de una de las organizadoras fue que supe que había ganado con el vestido de novia, un traje que disfruté muchísimo y en el que intervinieron muchas manos”, explica mientras me muestra los primeros bocetos digitales.
— Ese diseño que tú ves ahí- me dice- es el resultado de horas de trabajo, de pensamiento, de buscar un modelo fuera de lo común, que rompiera la tradición de ese traje de novia esquemático y sobrio, tratando de pensar también en el clima, que se adaptara a nuestras condiciones, los detalles en croché…
Aspectos todos resaltados por el criterio valorativo del jurado, en el que añaden que la selección de motivos se adecua a la morfología de las partes con una transición armónica. “Hace del estilo clásico artesanal un producto único de diseño”, se resume.
En la misma habitación donde en alguna madrugada “Vestido de Novia Tropical” pasó de la imaginación al papel, me confiesa además que sí, que el diseño, el trabajo de mesa y los detalles son suyos, pero el resultado final es un logro del equipo que durante semanas trabajó en su confección, pandemia de por medio.
—Fue en pleno aislamiento. Incluso una de las trabajadoras se contagió y las otras dos quedaron aisladas en sus casas. Oílda era la única que podía venir con su nietecita a cuestas y juntas confeccionamos las piezas de la colección seleccionada para esta bienal de diseño.
“Aquí trabajamos en equipo no solo la parte comercial sino la artística. Nos planificamos y hacemos mesas de trabajo, porque todo tiene un tiempo determinado para cumplirse en los diferentes contratos. Cuando vamos a producir una colección yo me siento con ellas, ya con todos los diseños en la mano, lo que se va a trabajar, la ficha de costo y lo que deben cobrar. Me gusta que exista ese intercambio y que no vean el trabajo en el taller como algo mecánico, sino como un proceso en el que todas nos complementamos y aportamos”, agrega.
Si no fuera así no se justificaría el enorme sacrificio de pagar de sus ahorros personales el salario de sus trabajadoras durante meses para conservarlas, a pesar del momento crítico experimentado durante la pandemia, cuando cerraron los hoteles y apenas había demanda en el taller.
“Vestido de Novia Tropical ha venido a regalarnos a todas un nuevo aliento luego de estos dos años de pandemia, en el que además de trabajar duro hemos podido materializar ideas como esta y otras similares que a veces por la misma dinámica se posponen”, comenta.
“Para diseñar prefiero estar sola, casi siempre de noche. En ese momento es que me siento más relajada, las ideas fluyen mejor. Yo vengo sola para acá arriba (la cocina y la terraza) y me pongo a trabajar hasta tarde. A veces me sorprende la madrugada, pero al otro día estoy super feliz, aunque no haya dormido nada”.
No siempre tiene claro el diseño pero sí lo que busca. “Con el traje, primero fueron unas ideas: que fuera semitransparente, los detalles con crochet y así empecé con los bocetos. Hago un estudio de cómo van a ser, ¿no me gusta?, lo rompo y lo hago tantas veces como sea necesario hasta que me convence”, dice
Cuando eso sucede, casi siempre después de largas noches de trabajo, a veces en unas pocas horas se lo muestra a las muchachas del taller. Disfruta ver cómo se sorprenden, explorar sus reacciones y sus sugerencias, que asegura resultan siempre muy útiles.
“No es lo mismo diseñar, que cortar y coser, por eso cuando se diseña hay que pensar que el corte se puede llevar a la costura, todo tiene que estar engranado. Así ha sido con todas las colecciones, y no tenemos hora para terminar. Eso sucede porque amamos lo que hacemos y en mi caso particular me preocupo mucho por la superación de todas las trabajadoras. Me gusta que se perfeccionen y ellas saben que aquí hay que hacer de todo. No sé si será porque me viene lo de pedagoga que ejercí tantos años, pero cuando se trabaja así en colectivo no puede ser de otra manera. El nivel, la disciplina y la calidad nunca pueden descender”.
A la pregunta sobre cómo valora la cultura del vestir y la moda hoy en Cuba, argumenta que “el momento histórico ha hecho que la gente se adapte a lo que tienen al alcance de la mano. Las personas se ponen lo que pueden en materia económica y desde las opciones de oferta que hay, porque en Cuba no tenemos una industria que logre abastecer la red comercial ni en cantidad, ni en variedad de opciones».
“Desde mi trabajo me satisface saber que aporto siempre a esa necesidad intentando primero, que sea atractivo, y segundo, que el precio sea también asequible. Creo que si no cumple esos objetivos no está creando una expectativa en la población. Sí me gustaría que creciera esa pasión por el diseño cubano, el diseño artesanal».
«Me parece también muy importante el trabajo para la diversidad de públicos, que es otra cosa que yo creo que me reta todos los días. Intento no limitarme a una edad o a una talla, porque hay personas mayores por ejemplo, que no encuentran diseños, que son gruesas y tampoco pueden vestir siempre lo que desean”, afirma.
Antes de finalizar bajamos al taller, ahora vacío. Ella acomoda algunas piezas, rectifica las medidas de algún corte que quedó sobre la mesa y dispone los manuales otra vez en orden. Me dice que su hija le ha servido de modelo e inspiración muchas veces, pero no pretende de momento seguir la tradición.
— «Ella tiene mucha ropa mía. Y sí, a mí también me gusta vestir mis diseños, me siento orgullosa de eso, me gusta que la gente crea en lo que hago».