Marta recuerda con añoranza la fecha en que entró a la institución, el 3 de marzo de 2003. Tenía 40 y tantos años y no había trabajado antes. Comenzó como empleada de limpieza y un mes más tarde pasó a ser Gestora A, o como cariñosamente le llaman los educandos, tía del edificio.
“Me gusta mi labor, no soy ausentista, trato de cumplir con todo lo mejor posible para que las cosas salgan bien, no me gusta que me llamen la atención. Si volviera a tener menos edad y me buscaran para trabajar, vendría nuevamente sin dudar”.
´Tía Marta´ se lleva muy bien con todos sus estudiantes, los regaña, pero sin maltratar, les aconseja y siempre tiene la mejor sonrisa para ellos. Por eso los alumnos la consideran una madre. Ella recuerda, con emoción, ver a sus hijos graduarse y, aunque lo dijo jocosamente, su temor es que se olviden de ella.
Comentó melancólica la pérdida de una profesora de Gestión Sociocultural, la cual había sido estudiante suya por cinco años y luego profesora. “Es como si me hubieran arrancado un pedacito de mí, de mi familia”.
Marta agradece el esfuerzo dedicado a la renovación de la universidad; según ella, es la mejor etapa que ha tenido la casa de altos estudios matancera.
“Entré aquí cuando no había mucho, solo pedazos pequeños de madera en las sillas para que los alumnos se sentaran. Fueron meses muy duros, porque el inmobiliario de las aulas estaba muy malo. Las ventanas eran de madera y el comején se las comía, los baños vivían tupidos y desbordados. Después vino la reconstrucción y ahora está muy bien. Solo pido a los estudiantes que cuiden la escuela”.
Si hay una palabra que defina el trabajo de Marta Oneida es la enseñanza. “Educadora, así me defino, porque uno educa aunque sea en el trabajo más humilde. Tu manera de ser, como trabajas, cómo te desenvuelves, así estás enseñando a los estudiantes”.
(Por Lorelys Pimienta Gómez y Melissa Guerra Domínguez, estudiantes de Periodismo)