La honrosa muerte del Padre de la Patria

Cespedes
 Asaltado su refugio en la Sierra Maestra, Carlos Manuel de Céspedes, sin protección alguna, enfrentó solo con su revólver a la partida del Batallón de Cazadores de San Quintín y herido de muerte cayó en un barranco antes de ser prisionero.

El primer presidente de la República de Cuba en Armas, depuesto el 27 de octubre de 1873 por sus enemigos agrupados en la Cámara de Representantes, se le negó el permiso de marchar al extranjero y la protección necesaria para su permanencia en el país.

Céspedes, con la salud quebrantada (casi ciego), esperaba reunirse con su esposa Ana de Quesada Loynaz y sus dos hijos pequeños, pero estuvo obligado a marchar varios meses con el gobierno en duras y agotadoras peregrinaciones en la intrincada cordillera y solo se permitió a su hijo mayor Carlitos acompañarlo.

Luego vivió sin escolta en la finca San Lorenzo, Sierra Maestra, donde fue muerto por los españoles el 27 de febrero de 1874.

Según palabras del coronel mambí Manuel Sanguily, “aceptó sólo, por breves momentos, el gran combate de su pueblo… Céspedes no podía consentir que a él, encarnación soberana de la sublime rebeldía, le llevaran en triunfo los españoles, preso y amarrado como un delincuente”.

“Cayó en un barranco, como un sol de llamas que se hunde en el abismo”, añade.

José Martí (1853-1895), organizador y guía de la Revolución del 95, comprendió la grandeza de Céspedes. “Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a una tigre su último cachorro”.

“Y no fue más grande cuando proclamó a su patria libre, sino cuando reunió a sus siervos, y los llamó a sus brazos como hermanos”.

Abogado, poeta y revolucionario bayamés, Céspedes (1819-1874) resultó el primero en ejecutar, afirmó Martí.

En opinión del coronel mambí y cronista de la guerra Enrique Collazo, para que nada falte a su legítima gloria, murió ya casi ciego, solo entre abrupta sierra, “el primero de los cubanos que consiguió dar a su país y a sus paisanos patria y honra”.

Hombre de ley y discursos, tuvo energía y carisma de un fundador, al tomar las armas en una mañana luminosa -10 de octubre de 1868-, declarando el primer día de libertad e independencia de Cuba, y también de sus propios esclavos.

DESTITUCIÓN Y MUERTE

El 27 de octubre de 1873, reunida la Cámara de Representantes en Bijagual, Jiguaní, en sesión extraordinaria con solo nueve diputados incluido su presidente Salvador Cisneros Betancourt, procedieron a la destitución del presidente de la República de Cuba en Armas Carlos Manuel de Céspedes, cargo que ejercía desde abril de 1869.

Cisneros Betancourt se abstuvo de votar, aunque había estado en la cima de la ola de querellas entre la Cámara y el Presidente Céspedes, pues alegó que sería beneficiado, como así ocurrió al ser designado su sustituto.

El proponente de la deposición, diputado Ramón Pérez Trujillo, acusó a Céspedes de desacierto en su administración, de arrogarse facultades que no tenía el Poder Ejecutivo y de haber fomentado la desunión entre los emigrados con el nombramiento de Manuel de Quesada como Agente Especial en el exterior.

El resto de las exposiciones se empeñaron en señalar las violaciones constitucionales por él cometidas.

Tomás Estrada Palma, después connotado anexionista, se erigió en defensor de la Constitución, mientras el luego autonomista Marcos García lo culpó de las desgracias de los insurrectos de Las Villas. Los restantes abundaron en cuestiones parecidas.

Debido a las dificultades para legislar en las condiciones que impuso la guerra, la propia Cámara había ampliado las facultades del Ejecutivo y tomado recesos, sin reconocer nunca lo inoperante del sistema de poderes adoptado en la Asamblea Constituyente de Guáimaro, en 1869.

Al ser destituido, Céspedes respondió con dignidad lo siguiente:

Doy las más expresivas gracias a ese Cuerpo por haberme librado del gran peso que ha gravitado sobre mí, mientras he estado hecho cargo del Gobierno, sin que pueda decirse que he abandonado mi puesto ni atribuirse a cansancio o a debilidad mía. Patria y Libertad. Somanta, Octubre 27 de 1873.

Ese día el entonces coronel y luego brigadier José de Jesús Pérez expresó a Céspedes que estaba dispuesto a apoyarlo con su tropa, pero el patricio nunca hubiera derramado sangre cubana por su culpa. Fue también la persona que le recomendó el refugio de San Lorenzo, en la Sierra Maestra.

El fatídico 27 de febrero su hijo no se encontraba presente en ese lugar, había salido en busca de unos zapatos para sustituir los raídos del padre, que estaban cosidos con alambre.

El joven coronel mambí Carlos Manuel de Céspedes y Céspedes (1840-1915) escuchó el eco de los disparos, pero era demasiado tarde. Solo pudo recoger las escasas pertenencias dispersas.

En última carta escribió a su esposa Anita de Quesada: Desde el 23 de enero vivo en una finca llamada San Lorenzo. Está situada en medio de la Sierra Maestra, a la orilla derecha de un brazo del río Contramaestre.

Mi casita -dice- es bastante grande: de guano, pero bien cobijada y con buenas maderas. Tiene dos cuartos capaces, forrados de tabla de palma y cedro… En mi cuarto tengo la hamaca, una mesita escritorio, un banquito para ella (todo de cedro), mis maletas, armas y otros utensilios. No falta de comer y hay un buen baño en el riachuelo.

Le cuenta que la finca fue fundada por el coronel José de Jesús Pérez hace poco más de un año y otra cercana, El Ranchito, donde hay recogidas muchas familias laboriosas y honradas.

Concluye: “Dale un millón de besos a mis adorados hijos. Haz presentes mis afectuosos recuerdos a toda la familia y amigos, y mientras otra cosa dispone la fortuna, mi vida es tuya- Tu esposo Carlos”.

A finales de enero de 1874 su amigo José de Jesús Pérez pronosticó que antes de dos meses el ex presidente sería asaltado y muerto por los españoles, pues había sido privado de protección.

Toda la familia se incorporó a la guerra, 20 de sus miembros murieron; el primero su hijo Amado Oscar (1847-1870), fusilado a los 22 años; su hermano Pedro María (1825-1873), exgobernador del estado de Oriente, expedicionario del vapor Virginius, y su sobrino Higinio de Quesada, de solo 19 años, hijo del mayor general Manuel de Quesada, hermano de su esposa Anita.

Poco antes de ser fusilado, el joven combatiente escribió: “Mis amados padres: Dentro de algunas horas seré pasado por las armas. Pero sepan que muero en mi puesto. Es decir, lleno de valor y resignación”.

En febrero de 1874 Carlos Manuel de Céspedes escribió a su esposa Ana de Quesada que por un testigo supo de que todos ellos murieron con mucho valor. Y que su sobrino Higinio mostraba gran entereza cuando salió hacia el paredón, silbando y cantando canciones patrióticas; se acercó a un soldado español y le digo “lo único que te encargo es que me apuntes bien para que muera en el acto”.

La presa Carlos Manuel de Céspedes, inaugurada el 5 de julio de 1968 por el líder histórico de la Revolución Cubana Fidel Castro, cubre el sitio de Bijagual, Jiguaní, donde sucedió la infamia. Ubicada en la cuenca del Río Contramaestre, tiene una capacidad de 200 millones de metros cúbicos de agua.(Prensa Latina)