Manuel Antonio Roseñada Villanueva, sobrino del historiador de Colón Pelayo Villanueva, dedicó toda su vida al giro de farmacia. En 1940 compartía con Oscar Núñez, la propiedad de la botica ¨El Amparo¨, situada en la esquina que hoy es ¨El Bodegón¨ y en cuyo portal existía una vidriera donde trabajaba quien esto escribió.
Roseñeda, de 62 años entonces, era un hombre afable y de conversación amena, muy dado a contar anécdotas y sucesos pintorescos. En una oportunidad dijo lo siguiente: ¨Solamente una vez en la vida me he alegrado de la muerte de un hombre¨, frase que nunca se supo si la soñó, leyó o realmente vivió.
Cuenta Roseñada que en una época de miseria probablemente en los días aciagos del machadato y en un mediodía denso del verano, casi que dormitaba recostado sobre el mostrador de su establecimiento cuando llegó apresuradamente y a caballo un campesino desconocido, el cual traía una receta para un vecino que se encontraba muy grave. El hombre no tenía dinero para pagar el medicamento y le rogó se lo fiara hasta que pasaran unos días.
Compadecido del caso, Antonio Accedió. Preparo rápidamente la fórmula y no hizo más que alejarse el campesino, cuando advirtió que se había equivocado en la utilización de los ingredientes, resultando el prepara altamente tóxico. Lleno de ansiedad y turbación, puesto que nada podía hacer ya para evitar lo que seguramente se iba a producir y en una situación parecida a la de Jean Valjean en el capítulo ¨Una tempestad bajo un cráneo¨, de la novela Los miserables de Víctor Hugo, ve regresar al jinete que presumiblemente ha de traerle la fatal noticia y que le dice: ¨Roseñeda vengo a devolverle la medicina porque no se la voy a poder pagar porque cuando llegué el hombre había muerto¨.