Matanceros en el yate Granma. Etapa:Lucha insurreccional.

El 25 de noviembre de 1956 zarpó el yate Granma desde Tuxpan, México, con 82 expedicionarios. Al frente del grupo estaba Fidel y, luego de un periodo de poco más de un año de coordinaciones con el Movimiento Revolucionario 26 de Julio en Cuba, el exilio, de preparación militar, y de ajustar detalles imprescindibles, venían dispuestos a cumplir la palabra empeñada de que en 1956 serían libres o mártires. Luego de la travesía, el desembarco el día 2 de diciembre por costas cubanas fue tuvo lugar en difíciles condiciones por las características de la zona.

El Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, en el prólogo que escribiese al libro de la combatiente Georgina Leyva, Historia de una gesta libertadora, así lo contó:

Cuando el Granma llegó a Cuba con 82 hombres a bordo, donde podían viajar con cierta comodidad 12 tripulantes, había tardado dos días más de lo previsto y por ello, de puro milagro, no se hundió a lo largo de más de mil millas, por los “nortes” tempestuosos de la época; o a 10 o 12 millas de la costa por las cañoneras de la tiranía. Un combatiente nuestro había caído al agua estando de guardia, nadie sabe si por casualidad o por cansancio, nos ocupó dos horas como mínimo a fin de salvarlo. Era de los que atendían el rumbo de la embarcación. El navegante principal, uno de los oficiales de la marina con el grado de Comandante, desplazado por Batista, se había ofrecido gustoso para acompañarnos. El problema es que en ese momento crítico del desembarco se olvidó de los faros que indicaban la ruta exacta de la entrada por aquella zona llena de riesgos, en las proximidades del faro ubicado en el extremo suroeste de la antigua provincia de Oriente.

El Granma había dado ya 3 vueltas y el exmilitar estaba solicitando una cuarta cuando ya amanecía e iba a salir el sol. Le dije con evidente irritación ¿tú estás seguro de que esa es la costa de Cuba?, más para fastidiar porque evidentemente era nuestro país: “Enfila a toda máquina hacia ese punto hasta que penetre la proa en la orilla”. Hecho esto, un viejo compañero, René Rodríguez Cruz, delgado y bajito, sin carga alguna, descendió por la proa. Tras él y confiado desciendo yo con fusil en mano, canana repleta en la cintura, y mochila en la espalda que pesaba más de 60 libras, incluyendo una pistola-ametralladora con muchas balas y otras cosas esenciales, pero a medida que me movía las piernas se enterraban más y más hasta que estuve a punto de ahogarme. Pude al fin salir auxiliado por otros compañeros, con fusil, canana, cantimplora, la dotación correspondiente, y comienzo a caminar. Raúl permanece en la nave hasta extraer la última arma que traíamos como alijo y comenzamos de inmediato a marchar. Dos horas tardamos en cruzar aquellos pantanos. Lo increíble es que estábamos a unos cuantos metros de un muelle, perfectamente visible, si la embarcación hubiese hecho el recorrido correcto.¹

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