El Mario Muñoz ha estado en un serio aprieto desde la misma arrancada de la zafra. Entre las roturas de las máquinas fabriles, los inconvenientes que entrañan los altos volúmenes de caña quemada, problemas tecnológicos y la falta de piezas, el central matancero apenas ha podido moler.
Desde el pitazo inicial, a fines de diciembre último, el ingenio, uno de los dos en activo de la provincia, acumula solo poco más de 8 000 toneladas de azúcar.
Le debe al plan el doble de lo producido hasta la fecha. Aun en medio de ese escenario desfavorable, el colectivo no renuncia a cumplir el compromiso de 25 800 toneladas, de ellas 15 000 de refino con destino a la canasta familiar normada.
«A pesar del atraso, si logramos moler con estabilidad en lo que resta de marzo y abril podemos llegar a la meta fijada.»
Eso cree el joven Yandy Levis Suárez Cárdenas, director adjunto de la entidad. «Tenemos caña, que es lo fundamental», dice optimista.
Sin ser lo que se dice el meollo del incumplimiento, hay otro fenómeno que afecta el buen paso del coloso, y viene a ser como un clavo en el zapato.
Es el robo de azúcar, tema que acapara la atención y la mayor parte del tiempo de los directivos del ingenio. Tal es la envergadura del problema, que en el curso de la campaña un total de 35 trabajadores han sido separados de su puesto laboral por dicho delito.
Y lo más triste, comenta con cierta angustia Jorge Santana Hernández, director del coloso arabense, es que 16 de ellos se desempeñaban en puestos calificados, dígase puntistas, estibadores, operadores del área de evaporación, algunos con 15 y 20 años en el central.
O sea, especialistas que no se forman de la noche al dia, se lamentó. «Este asunto del robo de azúcar no nos deja trabajar, nos pasamos más tiempo detrás de los ladrones que en las cuestiones propias de la industria», explica el experimentado azucarero, quien ha laborado en 13 ingenios de varias provincias.
Cuenta que antes, en años anteriores, los saqueadores solían dar los golpes en horas de la noche. Era al parecer el horario más apropiado para robar azúcar, pero en esta zafra cambiaron la manera de proceder: lo hacen a cualquier hora del día, y aprovechan sobre todo los cambios de turno.
“Vienen por lo general en grupos, encapuchados y con armas blancas, y logran sustraer decenas y hasta cientos de sacos diariamente, a pesar de que hemos reforzado la vigilancia”, asegura Santana Hernández.
Manifiesta que en no pocas ocasiones estos elementos antisociales cometen la fechoría en contubernio con algunos trabajadores, quienes sencillamente ni los enfrentan ni alertan a la administración.
«Hemos interrumpido muchas operaciones y rescatado cantidades considerables del producto. Al final, sin embargo, nos velan y ante el menor descuido entran al central. Infinidad de veces han picado la malla y abierto boquetes en la cerca de mampostería.»
En su opinión, el momento en que el ingenio deja de moler por cualquier causa favorece el actuar de los bandoleros.
Reflexiona que «mientras muchos azucareros se la pasan innovando, adaptando piezas y haciendo maravillas día y noche para que esto marche, debemos dedicar energía para enfrentar esta compleja situación.»
Y remarca: «Esta lucha es de todos los días, y todavía no se ha hecho el primer juicio para condenar a los bandidos. Hay trabajadores que se nos han ido debido a las amenazas; no vi algo así en ninguno de los otros centrales en los cuales he estado. Esto hace tanto daño como los inconvenientes tecnológicos que hemos sufrido desde el inicio de la zafra».
La pelea principal hay que darla dentro. Admitió que en las últimas jornadas la tendencia es hacia la disminución de los robos, con menos acecho desde el exterior, dado a un enfrentamiento más riguroso y mayor respaldo de los agentes del orden.
«Eso es verdad, pero hace unos días nos tumbaron una pared para meterse en el ingenio y la emprendieron a pedradas contra los custodios. En una de mis guardias agarré robando a varios de ellos. Eso es señal de que los delincuentes no cesan en su empeño», insistió.
Expone además que las medidas contra los malhechores son muy leves. «Los sorprendemos in fraganti, los entregamos a la Policía y al otro día están de vuelta en el central; ni siquiera les da pena. A mí hay que probarme que estaba robando, te dicen.»
Maikel Cárdenas, jefe de brigada en el área de residuales, y Juan Carlos Pérez Chávez, almacenero, coinciden también en la necesidad de poner mano dura contra los infractores. A mí me han tirado hasta piedras en época de tiempo muerto, cuando el asedio al almacén es tremendo, relata Pérez Chávez mientras señala hacia un rincón del establecimiento donde puede verse unos 200 sacos de azúcar que les han incautado a los cuatreros.
Santana Hernández está consciente de que en ese combate contra el hurto de azúcar, los trabajadores y demás empleados son pieza clave, y que la pelea principal es desde dentro. Admite que los robos restan eficiencia a la zafra, enrarecen el ambiente en el colectivo y han constituido una de las grandes pesadillas del central, aunque se muestra confiado en que ese problema lo van a resolver.
«Este es el azúcar del pueblo y nadie tiene derecho a robárselo.»
Por lo visto este mal ya es un hábito, la gente se acostumbró a robar y hasta lo ve como algo normal, admite más de uno. Para Domingo Charón, quien desde hace ocho años se desempeña como custodio en el ingenio, la vigilancia es todavía insuficiente.
«Aquí lo que está pasando es falta de control, de mayor seguridad en el interior del central. Pienso por otro lado que es necesario más apoyo por parte de todos y mayor acción de la Policía, que debiera buscar otras variantes, como la presencia aquí de su personal de manera permanente.
«Es verdad que algunos trabajadores se llevan su poquito de azúcar para la casa, pero lo gordo es de la gente de la calle. Todos estamos de acuerdo en que es necesario cuidar el crudo, por nosotros mismos y por el bien de la familia.»
No todo el mundo está dispuesto a hacer guardia, sostiene Lázaro Olivera Pérez, jefe de seguridad y protección. Le temen al asedio y a las amenazas, dice. Al parecer es la razón por la que en estos momentos, de una plantilla de 27 custodios cuentan únicamente con 15.
«Y hay otra cosa, comenta, y es que los salarios son muy bajos, de menos de 3 000 pesos, cuando un saco de azúcar en la calle está en el orden de los 10 000 pesos y más. La competencia es grande, y eso también influye.»
Pero deja algo en claro. «El problema no es echarle la culpa a los de afuera, en este rollo el plato fuerte son los trabajadores, si ellos quieren se acaba el robo.»
Con esta apreciación están de acuerdo Mayra Chávez Chávez, secretaria del Buró Sindical, y Eluminado Rosales Pérez, secretario del Comité del Partido. La verdadera zafra en el Mario Muñoz la están haciendo los ladrones de azúcar, señaló la dirigente sindical.
No hay una sola reunión en la que los 68 militantes de la industria no abordemos este asunto, pero lo cierto es que falta mayor enfrentamiento y que la vanguardia encabece de manera más visible la batalla contra el robo de azúcar, enjuició Rosales Pérez.
Azúcar fortificada
Con el propósito de contrarrestar esos actos delictivos, que se manifestan también en menor medida en el Jesús Rabí, del municipio de Calimete, en el central arabanse han adoptado varias medidas con protagonismo del consejo de direccion, obreros experimentados y las organizaciones políticas.
Esas acciones comprenden en lo fundamental la construcción de una cerca perimetral de mayor seguridad, con el uso de planchas de acero de hasta 12 milímetros de espesor y una altura de casi cinco metros, así como la inclusión en otros tramos de losas de hormigón.
«Tiene que ser una valla resistente para impedir el acceso», dicen los azucareros.
El plan abarca además un mejor ordenamiento de las distintas áreas para restringir el libre movimiento entre las mismas sin afectar el flujo productivo, así como la limpieza de las áreas exteriores, una mejor selección del personal que labora en el ingenio y el completamiento del sistema de seguridad y protección.
El mejor remedio
El Mario Muñoz es el principal coloso azucarero de la provincia, y uno de los más importantes escenarios laborales en el municipio matancero de Los Arabos. Un breve recorrido por las áreas de este ingenio permite apreciar cierta atmósfera de tensión, y hasta de culpabilidad.
Es perceptible en el rostro de no pocos obreros y operarios. Todo el mundo intuye a qué se debe la visita de los reporteros. Está claro, eso sí, que para consolidar el rumbo de la zafra en el Mario Muñoz y en la provincia es imprescindible poner fin a este azote del robo de crudo para poder concentrarse por entero a la fabricación de azúcar.
A todas luces es también otra condición ineludible para que los matanceros cumplan su plan en la presente campaña, una meta inalcanzable en más de diez años.
Y para lograrlo, como ya se sabe por experiencia, además de las cercas robustecidas y otras acciones, hace falta sobre todo más control, orden y disciplina.
Velar porque así sea, para que hagan zafra los azucareros y no los bandoleros, es responsabilidad en primer término de los directivos del sector, así como de la dirección política y de las autoridades gubernamentales del territorio.(ALH)