En medio de una encuesta nacional en Estados Unidos que inclina la balanza hacia la idea de que Trump conocía las acciones de Epstein, el presidente estadounidense ha anunciado una nueva intención: revisar la actividad en redes sociales digitales de quienes decidan viajar como turistas a la llamada “tierra de la libertad”. Tal vez esas comillas no basten para subrayar lo irónico de la frase.
El proceder no es novedoso; lo que sí lo es, es que si esta medida avanza sin contratiempos, en febrero próximo ciudadanos de países aliados también deberán someterse a este escrutinio.
Alemania, Israel, Australia y Japón figuran entre los 42 países que se incluirán en este mecanismo de vigilancia, diseñado para condicionar la opinión de quienes aspiren a visitar Estados Unidos.
Históricamente, ciudadanos de varios de estos países se han beneficiado del Sistema Electrónico de Autorización de Viajes (ESTA), que les permite permanecer en territorio estadounidense por un periodo inferior a 90 días, siempre que fueran autorizados mediante dicho sistema. El mismo al que no pueden acceder los europeos que realizan turismo en Cuba.
Ahora, sin embargo, no basta con que sea un arma en la guerra económica contra la isla: se convierte en un ataque directo a la libertad de pensamiento y en evidencia de la capacidad del gobierno estadounidense para acceder no solo al historial de consumo en plataformas digitales dominadas por emporios de ese país, sino también a datos personales que supuestamente estarían protegidos.
La decisión revela, además, la fragilidad de la huella digital que dejamos cada día al reproducir un video, dar “me gusta” a una publicación, acceder a un enlace o enviar un mensaje en plataformas que aseguran estar cifradas de extremo a extremo.
Si usted, lector, es cubano y piensa viajar a Estados Unidos, tendrá un nuevo obstáculo que se suma al ya complejo procedimiento impuesto a los ciudadanos de la isla.
Si lo lee desde otro lugar del mundo, debe saber que ahora su actividad digital podrá ser usada para negarle la entrada al país norteamericano, cuyo gobierno extiende su hegemonía tecnológica para chantajear, intimidar y doblegar a individuos y naciones.
No se trata solo de un ataque a la privacidad individual: también es una presión sobre gobiernos y empresas que, para comerciar con una de las mayores economías del planeta, deberán cuidar su historial en redes y sus vínculos con países considerados hostiles por Washington.
En definitiva, Estados Unidos aprovecha su poder económico para imponer intereses, y en el ámbito militar tampoco se queda atrás: ya no basta con amenazar con crear otro Gaza en el Caribe, ahora incluso confiscan buques petroleros.
El Imperio siempre ha recurrido a estos mecanismos para imponer su voluntad. Las guerras en todos los frentes no son nuevas, como bien sabemos. Pero su actual desfachatez y arrogancia abren una etapa cuyo desenlace dependerá de la capacidad de los pueblos del mundo para mantenerse unidos y firmes frente a la hostilidad imperial, que no distingue entre “enemigos” y “aliados”.
Por: Dayán González Ramírez
Tomado de CubaSí

















