
Caminar por un parque o esperar la guagua en una parada debería ser agradable, pero muchas veces no lo es. En el suelo se mezclan papeles, latas, cáscaras y hasta bolsas llenas de basura.
No es solo falta de recursos ni culpa de los que se encargan de la limpieza mucha de esa suciedad la ponemos nosotros mismos. A veces por apuro, otras por costumbre, lanzamos al piso lo que ya no nos sirve y seguimos de largo. Mientras tanto, esos mismos espacios siguen allí, cada vez más feos, más incómodos, más ajenos.
Con estas acciones solo nos perjudicamos a nosotros mismos, porque contribuimos a un ambiente negativo, lleno de imágenes desagradables, malos olores e incluso enfermedades. La basura no desaparece por arte de magia, se acumula y vuelve en forma de problemas que todos sufrimos. El cambio se verá desde la acción de cada uno, en cada pequeño gesto que demuestre respeto por el lugar donde vivimos.
La educación en ese sentido comienza en casa. Enseñemos a los niños a cuidar lo que es de todos y propiciemos un ambiente más sano. Sin poner manos a la obra, el problema se hace cada vez más grande y permanente. Contribuyamos desde nuestro pedacito, porque cada acción cuenta y suma para que los espacios públicos sean realmente lugares dignos de habitar.
Aunque este tema parezca trillado y complicado, sigue siendo necesario recordarlo y actuar. No basta con quejarse ni con esperar a que otros lo resuelvan. La ciudad es nuestra, y lo que tiramos hoy es lo que tendremos que soportar mañana.