
Pasó por nuestro lado a exceso de velocidad. No había avanzado ni unos metros cuando prácticamente se acostó sobre el vehículo. Primero pensé que se trataba de alguna carrera de motos en plena Vía Rápida. Sin embargo, cuando el muchacho que a simple vista no sobrepasaba los 20 años, giró su cara y dejó ver sus ojos rojísimos y sus pupilas dilatadas, y alguien exclamó “ese está quimiquiao”, a los presentes no nos quedó dudas de que el joven había consumido alguna sustancia, pues no parecía contar en ese momento con su pleno juicio.
Lo perdimos de vista rápido, mientras quienes abordábamos el vehículo advertimos al chofer para que se despegara de él lo antes posible y al menos, de esta forma, evitar un accidente que pusiera en peligro la vida de los allí presentes.
Lamentablemente, la edad de inicio en el consumo de drogas, no solo lícitas como el tabaco y el alcohol, sino también ilícitas, como el conocido “Químico” se hace cada vez menor entre jóvenes, adolescentes e, incluso, niños.
Estos comportamientos responden a una tendencia condicionada por muchos factores propios de esta etapa de la vida como pueden ser la necesidad de encajar en un grupo para ser aceptados, la presión social, el sentirse bien o escapar de la realidad, hasta la curiosidad, tener una autoestima baja o provenir de ambientes familiares disfuncionales.
También a la falta de espacios recreativos y otras propuestas culturales atractivas, accesibles y económicas para este sector de la población que encuentra en el consumo de drogas una “novedosa” manera de “divertirse”. Quienes recorren determinados espacios de la ciudad yumurina, a ciertas horas, podrán ver los devastadores efectos que provoca ese tipo de cannabinoide sintético que circula ya entre una parte nada despreciable de la juventud cubana.
Pupilas dilatadas, alucinaciones, delirios, confusión, pensamientos desorganizados y pérdida de contacto con la realidad son tan solo algunas de las secuelas de esta peligrosa droga. Que puede incorporar otros más graves como síntomas cardiovasculares y digestivos y manifestaciones neurológicas severas.
A ello, se suman conductas como la violencia y la agresividad, detonantes de graves alteraciones del orden que, a la larga, pueden constituirse en actos vandálicos, indisciplinas sociales y delitos que van arrancando de a poco, trozos a la tranquilidad ciudadana y la civilidad.
Si bien hace algunos años en Cuba hablar de drogas era prácticamente una cuestión preventiva, hoy se hace una necesidad no solo explicar una y otra vez sus consecuencias a los más jóvenes, sino también permanecer alertas ante cualquier signo de consumo.
La agresividad del contexto es suficiente para que se intensifiquen las labores preventivas sobre todo en los centros educacionales, recreativos y en la comunidad, enfocadas a evitar el consumo del “tristemente célebre químico” y otros tipos de drogas.
Cuba mantiene su determinación de tolerancia cero al tráfico de drogas y cumple de manera cabal con los instrumentos jurídicos multilaterales aprobados por la Organización de Naciones Unidas. En consecuencia, las leyes cubanas también son bastantes severas para evitar que este flagelo que siembra el caos, la ingobernabilidad y afecta la salud no se extienda en el país.
Sin embargo, aterrizar estos mecanismos al barrio, la escuela, la familia, urge. Velar porque desde tempranas edades las nuevas generaciones no vean en el alcohol y el tabaco un incentivo para pasar el “tiempo libre”, es una meta que debemos trazarnos como sociedad, eliminando la delgada línea existente entre el consumo de estas y de las ilícitas.
Educar con conciencia y ejemplo son responsabilidades que no podemos delegar ni posponer, en ello nos puede ir la conservación de la tranquilidad y la seguridad. Prevenir es la única manera de salvar a quienes serán mañana los encargados de conducir el país.
Por Jessica Acevedo Alfonso, TVYumurí