
Cada uno de los 206 huesos del cuerpo humano (unos cuantos más al nacer), más allá de su función orgánica, nos identifican. Deformaciones naturales, fracturas y enfermedades padecidas se convierten en marcadores óseos que describen la historia de una vida.
A su estudio al detalle se ha dedicado por años Yoel Monzón González, a quien no le importa lo grande o pequeño que sean: siempre se las ingenia para convertir huesos o fragmentos de ellos en pistas que conllevan a la resolución de casos de medicina legal, poniendo en práctica los conocimientos adquiridos como antropólogo forense, una especialidad que le cautivó desde la niñez.
“Tenía 14 años cuando leí en el periódico Girón que venían especialistas a excavar en el cementerio aborigen de Canímar, entre ellos arqueólogos y antropólogos de la Universidad de La Habana. Allí conocí al doctor Manuel Rivero de la Calle. Con esa edad tuve mi primer acercamiento a la osteología antropológica. Esa inquietud se quedó toda una vida lo que me llevó a buscar mucha información referente al tema, que por supuesto estaba relacionada la criminalística y la medicina legal”.
Dice que fue un niño muy inquieto e interesado en las cuestiones científicas, que cada vez que visitaba otras provincias recolectaba conchas de caracoles e intentaba entender por qué eran diferentes en formas y colores. Interrogantes relacionadas con la extinción de los dinosaurios y el mecanismo por el que vuelan las aves se convirtieron igualmente en decisoras de decantarse por el estudio de las ciencias naturales.

“Se hicieron las conexiones y mi ubicación fue en el Instituto de Medicina Legal con el profesor Héctor Soto Izquierdo como tutor, antropólogo forense muy reconocido en Latinoamérica puesto que fue quien identificó los restos óseos del Comandante Ernesto Che Guevara y de sus compañeros, además del crimen de Barbados.
Docente del Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Carlos Marx, investigador de la Fundación Antonio Núñez Jiménez y director de áreas protegidas en la empresa Flora y Fauna de Matanzas, fueron algunas de las funciones asumidas por Yoel antes de dedicarse por completo al mundo de la medicina legal.
“Un día me contactan los criminalistas por una amiga que estudiamos juntos y empezó a trabajar como bióloga en el Laboratorio Provincial de Criminalística, del Ministerio del Interior, y ante un caso con restos óseos recordó que yo tenía el conocimiento sobre ese tema. Luego de ello me convertí en una especie de investigador adjunto hasta que un día decido pasar totalmente como perito de Biología y Antropología. Se dice fácil pero eso conllevó pasar cursos de Criminalística, especializados en identificación de personas, de Antropología Criminalística…”

La Universidad de Ciencias Médicas de Matanzas es la única de su tipo que posee una cátedra de Antropología Física, que no por casualidad lleva el nombre del doctor Manuel F. Rivero de la Calle. Un museo y una osteoteca constituyen sus proyectos más visibles, desarrollados a la par de la docencia que desde 2017 allí se imparte.
“Fue un sueño crear el equipo de trabajo de antropología forense, que se hizo a partir de la fundación de ese espacio académico que permitió especializar a médicos y estomatólogos en cursos de postgrado.
“Metas tengo muchas más. Hay un grupo de investigaciones que quiero desarrollar que van a dejar herramientas de trabajo para los laboratorios de Antropología Forense en Cuba. Mi sueño es que la antropología forense de nuestra Isla se desarrolle aún más, quiero abrir una maestría de Ciencias Forenses impartida por la cátedra de Antropología Física.

“Ser miembro de la Asociación Latinoamericana de Antropología Forense (ALAF) constituye un honor y es un reconocimiento a los resultados de mi quehacer como investigador, como científico forense. La ALAF reúne a los profesionales que estén titulados y tengan resultados palpables. Impartir cursos por esta vía no solo otorga reconocimiento en la esfera internacional, también posibilita exponer nuestras experiencias y retroalimentarnos de los especialistas de otros países”.
Sobre la camilla-mesa de trabajo de Medicina Legal se halla una nueva osamenta. Faltan piezas, algunas parecen fracturadas, la tarea otra vez pinta dura. En contra conspira el maldito reloj que pareciera agitar el tiempo. Yoel lo sabe: cada zeptosegundo cuenta para los familiares de la víctima que espera por ser identificada. Pero los retos no importan para este especialista entregado en cuerpo y alma a su profesión. Tampoco importan las horas de desvelo, porque “lo que gratifica más allá de llegar al final de un caso complejo es justamente poder darle respuesta a las familias dolidas cuando tienen una persona desaparecida y cerrar esa página oscura de incertidumbre”.