
El primer día que puso un pie en aquellos pasillos, lo hizo tostada por el sol intenso de unas vacaciones bien aprovechadas. Así, lo reflejaba la foto, tipo carnet, que anexaron a su expediente. En aquel momento no imagino lo que le esperaba allí.
Respiró profundo y por unos segundos sintió que la escuela, de estructura de Pre en el campo, le caía encima. Logró acomodarse la carga emocional y la mochila, mientras caminaba por el aéreo hacia el aula, con los llamados de atención de no salirse de la fila.
De lunes a viernes durante 3 largos años, las 5:30 de la mañana fue el horario de su amanecer, lloviera, tronara o relampagueara. El trayecto para llegar al centro escolar era de unos 15 kilómetros y lo realizaba en una guagua donde apenas tenía permitido respirar porque aire no quedaba para más nada. En uno de los cristales de las ventanillas de la “Girón”, se leía: No critiques mi progreso sin saber mi sacrificio”, la leyó miles de veces, pero solo años después comprendió su significado.
En las aquellas aulas existía una disciplina casi militar. Cada profe cómo decía el Químico, tenía su librito, así que había que mejorar eso de que el interés estuviera a la altura del pecho de una lombriz o terminarían siendo mecánicos de gomas de avión o recapadores de globos o traductores de personas fallecidas, en el mejor de los casos, destupidores de agujas de coser.
Allí no había turnos libres, había repasos a diestra y siniestra y profesores con planes de clases hechos a mano, remarcados con color rojo, registros de asistencia y notas de a 20 y 6 puntos, regaños que no entendía y consejos que no ponía en práctica.
En esos pasillos deambuló los recesos y mediodías. En aquel piso de granito perdió la mirada en busca de alguna respuesta durante los exámenes. En las paredes gastadas del refugio dejó constancia de que estudió en ese Pre.
A sus sayas azules nunca les sacaron el dobladillo para extenderla los 4 dedos reglamentarios sobre la rodilla. Ella las usaba tipo abuela para evitarse regaños. Mirando atrás debió apretarlas un poco porque cheísima que lucía.
Las largas colas en aquel baño sirvieron para intercambiar miradas con el chico que le gustaba, darle chucho a alguien desde el balcón, perderse las galletas de la tía y llegar tarde a algún que otro turno de clases.
Existen momentos que no se olvidan con facilidad y aquella etapa de trabajos extraclases, de preguntas escritas un día sí y otro también, de revisión de tareas de geometría analítica o del espacio, de tardes bajo las matas, sentados en el contén esperando transporte, de compartir un pan, una galleta o un polvorón entre más bocas, mejor. Esos son momentos que no regresan, pero permanecen a buen resguardo en el corazón de la preuniversitaria que fui.
TV YUMURÍ)