
Sin horario para su venta, el líquido podía llegar a cualquier hora de las 24 que tiene el día. Las madres poco podían hacer cuando un biberón o un vaso vacío extrañaban a deshora el alimento. En repetidas ocasiones, en medio de un apagón, sonaba la voz de alarma en el barrio: ¡Vamos caballero que llegó la leche!