
Así lo cuenta Ernesto Moreno, un muchacho delgado y de mirada noble, al que se le nublan los ojos varias veces mientras rememora lo que vivió la primera noche del incendio en la Base de Supertanqueros.
Después de aquella jornada no ha vuelto a la zona de desastre. La misión que le encomendaron, junto a otros soldados y oficiales, fue mantener la vitalidad del Comando No. 1 de Matanzas, al que pertenece, para poder enfrentar cualquier otro incidente.
A su lado, mientras conversamos, está Juan Carlos Hernández, quien se presenta como un operador de la técnica de extinción (el carro cisterna), con 20 años de trabajo en el Ministerio del Interior.
Juan Carlos no es de muchas palabras, pero las que dice bastan: «Lo que vivimos no tiene explicación. Fue un momento duro, queríamos hacer y no podíamos; vimos los carros y a nuestros compañeros colapsar, por mucho que le diga no lo podré describir».
–¿Alguna herida?
–No.
Ernesto le señala hacia sus rodillas.
–Bueno, sí, pero no es nada.
Por el contrario, Ernesto narra con la precisión de quien prefiere los detalles, algo que se explica cuando dice que le otorgaron la carrera de Licenciatura en Historia. «Llegamos a las seis de la tarde, enseguida empezamos a desplegar, a tratar de apagar el primer tanque. Fueron llegando muchas más técnicas, de otras provincias incluso».
Tiene 19 años, y en esa conversación de tres, afirma que está pasando el Servicio Militar como bombero, «por selección y porque me gusta».
«A las nueve de la noche colapsa el anillo del primer tanque y empieza a salir el crudo, se produce la primera explosión, pero todos logramos salir corriendo. Ahí es cuando Juan Carlos se lastima las rodillas, en la huida; pero a los diez minutos regresamos, retomamos todo como lo habíamos dejado, y seguimos».
A las cuatro y diez de la mañana, Ernesto, que estaba surtiendo encima del camión, se bajó y entró al carro a «refrescar», porque ya eran más de diez horas de trabajo.
«Como a los cinco minutos, el primer tanque se raja, hay una llamarada inmensa y ahí fue cuando empezamos a tratar de salir»; para entonces «todas las personas que salieron corriendo habían avanzado como 20 metros. Nosotros estábamos a 40 metros del primer tanque y a 15 del segundo».
–¿Y qué se siente en ese momento?
Ernesto baja la vista, calla, vuelve a mirar a los ojos:
–No se siente nada.
«Ocurre el primer estallido. Yo miro, en cinco u ocho segundos todo se pone de un blanco cegador y meto la cabeza en el auto.
«Cuando vuelvo a mirar hacia afuera, ya el segundo tanque había
explotado y venía toda la llamarada, estaba encima de nosotros, la candela la teníamos encima».
A Ernesto se le quiebra la voz al hablar de aquellos tres bomberos, que no conocía, a los que de lejos vio intentando huir, sin lograrlo. La forma en la que lo recuerda y lo narra llega a las entrañas: «Los alcanzaron las llamas y siguieron corriendo, pero cayeron rendidos, arrollados.
«Al lado de nosotros estaban parqueados dos autos, que salen volando por encima de los tanques. Había muchos gritos…».
Hace una pausa, traga saliva y afirma: «De no ser por Juan Carlos yo no estuviera vivo»; entonces lo mira y lo abraza. Pudieran ser perfectamente abuelo y nieto, y es evidente que el lazo que los une para siempre tiene esa misma fortaleza.
«No estuviera vivo sin el temple que mostró en el timón. La habilidad suya la conocíamos, pero verlo ahí, bajo esa presión, no se compara con nada».
En el momento de la estampida, en el auto cisterna iban cuatro personas, cuando llegaron al Comando No. 2 de Supertanqueros se bajaron alrededor de diez. En la carrera frenética por sobrevivir la gente se trepaba como podía a los vehículos en marcha. Fue cuestión de segundos. Contarlo tarda más, mucho más.
De su Comando varios tuvieron quemaduras, pero no perdieron a nadie. Conoce a varios de los desaparecidos. La voz se le hace un hilo.
Hablamos entonces de que lleva seis meses en el Servicio, de que luego de confortar a su abuela tomó el celular y tenía cientos de llamadas y mensajes, de la solidaridad de la gente «que se ha portado tan bien con nosotros».
–Y después de esta experiencia, ¿te sigue gustando ser bombero?
–No, quiero ser otra cosa.
Mientras sucedía esa conversación aún el incendio causaba estragos.
–¿Y si te llamaran ahora mismo para volver a la Base de Supertanqueros?
–Iría, pero no me han permitido volver.
–Entonces, aunque no deseas dedicarte a ser bombero…
Se sorprende, abre los ojos, casi se molesta.
–No, pero sí quiero; le dije que «no quiero ser otra cosa». Voy a estudiar mi carrera, pero después de eso yo voy a ser bombero.
