
Al paso que van las cosas, tendremos que asumir que en Cuba el mercado negro se blanquea cada día para convertirse en una modalidad comercial, que campea a sus anchas con tanto o más empuje que el comercio oficial.
Lo más llamativo resulta que de oculto tiene bien poco, y se ha establecido muchas veces con la anuencia de quienes deberían velar por que estas actitudes negativas no proliferen.
Si bien años atrás la sola mención de esta práctica deshonesta despertaba cierta animadversión en más de uno, hoy su incremento y existencia se acepta con naturalidad, como si no representara un flagelo que atenta contra el buen funcionamiento de la sociedad.
Con las medidas aplicadas por el Gobierno para estimular nuestra economía, se han expandido nuevas dinámicas que casi rondan el libertinaje, y las redes sociales son un buen ejemplo. Allí nadie se sonroja a la hora de promover sus mercancías, muchas veces provenientes del sector estatal o de las prácticas nocivas donde intervienen revendedores y coleros.
¿Cómo alguien puede acumular una docena de pomos de aceite, si desde hace varios meses este producto en Matanzas solo se comercializa de manera regulada en los puntos de TRD y Cimex? Aun así, en una rápida búsqueda en los sitios de compraventas en Matanzas, tan abundantes en las redes digitales, puedes encontrar opciones de ventas de este tipo.
Dichas redes se han convertido en el sitio predilecto para el “trapicheo”, dejando al descubierto las fisuras de nuestro sistema empresarial, por donde se fugan incontables artículos de primera necesidad que van a parar a manos de personas inescrupulosas que, sin miramientos, le aplican un precio astronómico en una crisis inflacionaria, ya de por sí insostenible.
Hoy en cualquier casa se comercia toda clase de artículos y lo peor es que, ante el gran desabastecimiento, a las personas no les queda más remedio que desembolsar enormes sumas por un producto que triplica su valor sin responder a ninguna ley económica.
Como consumidores tenemos el derecho de conocer la procedencia de la mercancía comprada; sin embargo, en el mercado negro nos vemos obligados a sucumbir en una especie de pacto tácito, donde no queda más remedio que pagar sin mediar palabras.
Sin saberlo quizá, también ponemos nuestras vidas en las manos de esos comerciantes de nuevo tipo, porque para vender cárnicos, por ejemplo, existen regulaciones, mas, está sobreentendido que la necesidad y las carencias a veces te obligan a actuar sin demasiada sensatez.
Ciertamente, lo sensato sería que en los establecimientos estatales se cuidara celosamente porque sus productos no fueran a caer en manos de inescrupulosos, que se agencian el sustento de cola en cola, para revender luego. Basta con asistir a uno de esos establecimientos para constatar los rostros conocidos, y que destacan, además, porque asumen un papel protagónico entre las multitudes.
Muchas veces las personas escogen el silencio como mejor arma, porque saben que, si denuncian, los malhechores encontrarán más de un cómplice, dentro de la misma tienda, que lo pondrán sobre aviso.
En momentos de crisis y turbiedad siempre sacarán provecho los de mente ágil y alma oscura, esos que prefieren lucrar con las carencias del pueblo. Para mayor desatino cada vez se diluye más la frontera entre lo estatal y lo privado, en ambos sectores crece el letal fenómeno. A todos nos corresponde atajarlo a tiempo, para que el mercado negro no llegue a aceptarse como algo normal y corriente que solo beneficia.