
Cuando pasas por el muelle de La Habana hay olor a historia, a recuerdos, a la pólvora maldita que se llevó a tantos, a personas desesperadas pidiendo auxilio. Cuando pasas por el muelle de La Habana hay estruendos que no dejan de sonar…
El 4 de marzo de 1960 fue un día de pérdidas. La historiadora cubana Adelaida Béquer cuenta que lo de La Coubre fue una explosión tan grande que pensó que Estados Unidos había comenzado a invadir el país. Nunca olvidaría a lo largo de su vida la enorme nube de humo gris y la oscuridad que se disipó en el aire esa tarde.
Nadie imaginaría que un barco francés cargado de armamentos con todas las medidas de seguridad adoptadas pudiera explotar de un momento a otro.
Unos se tiraron al agua, mientras algunos bajaron por una red lanzada por marinos y otros no tuvieron tanta suerte, aunque no sería esta primera humareda la mortífera explosión que le quitaría la vida a más de 70 personas, que dejaría más de un centenar de heridos y 27 desaparecidos, además del inmenso dolor de las familias francesas y cubanas que perdían seres queridos.
En el muelle de La Habana se quedó el triste cadáver de un barco herido, el dolor de madres y esposas y el coraje de un país que perdió más que sus armas, sus fieles hijos.